Quisiera iniciar mi intervención recordando una frase de Pablo Neruda, con la cual él intenta definir su cometido de poeta. Lo dice claramente en una intervención espontánea que hizo el 31 de octubre de 1970 en la Municipalidad de Valparaíso, y que hace algunos años fue editada por la Universidad de Valparaíso. Dice así: "Yo soy poeta de la informalidad salvaje de lo desconocido". Esta idea es la que ha presidido el estudio que yo he hecho sobre Neruda y es quizás lo que permite y legitima una lectura filosófica de su obra. La "informalidad salvaje de lo desconocido" es justamente lo que podríamos nombrar como la apertura propia del pensamiento hacia lo desconocido, hacia el misterio, hacia la abismal situación del hombre, palabras todas muy propias y muy íntimas a la filosofía. El Chile de hoy día se ha alejado de la informalidad salvaje de lo desconocido y por eso la poesía de Neruda se hace cada vez más difícil de asir en lo que ella tiene de verdaderamente creador. Conocemos mucho acerca de los acontecimientos de la vida del poeta, incluso aspectos que él mismo hubiera deseado ocultarnos. Sabemos también acerca de las circunstancias precisas en las que se han escrito sus obras. Pero se nos ha perdido el hilo que conduce hacia lo más hondo de su legado. Estas palabras quisieran indicar hacia esa dirección, mostrando a la vez, cómo la poesía, en sus más altas expresiones, nace de un diálogo con la oscuridad de lo otro, y es una palabra de doble procedencia, donde no habla sólo el ser humano, sino también aquello no humano desde donde se determina lo propiamente humano.

Y sin embargo, quisiera decir que la poesía ha sido vista por algunos precisamente como lo contrario a esta idea, como la expresión de un sujeto, como la simple manifestación de la interioridad de un individuo, como unilateralidad humana, a pesar de que los propios testimonios provenientes de la poesía muestran que esta visión se revela contradictoria con la experiencia misma de la creación. El "sujeto" de la poesía siempre ha aparecido en los textos de quienes han intentado dilucidar o responder a este enigma, como un médium, un instrumento del sentido, pero jamás como un instrumentalizador. El "sujeto" de la poesía es precisamente el que se pierde como sujeto, el que a través de un trabajo sobre sí mismo, ha aprendido a disolverse para que aparezcan los sentidos del mundo, el que ha aprendido a servir de caja de resonancia, en la que resuenan como un eco, las propias voces de las cosas que se muestran y se revelan en la palabra.

Esa idea es la que se muestra claramente en Neruda en la imagen de "la campana", metáfora muy reiterada en su obra y que permite ver hasta donde la visión del poeta ahonda en lo propio de la poesía misma, presentándose su arte, como ocurre en toda poesía que alcanza el nivel más alto de la creación, como una poesía de la poesía. Esta imagen de la campana ha sido puesta muy en primer plano, puesto que aparece incluso en el título de uno de sus libros: "El mar y las campanas". De ahí el interés que he tenido por intentar desentrañar está metáfora: ¿Qué significa "la campana?" ¿De qué nos habla esta imagen?. ¿Por qué Neruda a lo largo de toda su obra la reitera tanto? Ya en "Residencia en la tierra" aparece esta palabra y, curiosamente, ella es una de las imágenes que más ha llamado la atención de los intérpretes de este libro. En el poema "Entrada a la madera", por ejemplo, es ésta la palabra final. Lo que intenta el poeta aquí es justamente trasladarse hacia el interior de la madera, hacia el ser mismo de la madera, para intentar hablar desde ella. Y en este hablar desde la madera, a cuyo ser se ha integrado el poeta, surge la palabra "campana". El poema se cierra después de este sorprendente viaje con la siguiente frase:

"y hagamos fuego y silencio y sonido
y ardamos y callemos y campanas".

La palabra "campana" constituye aquí la denuncia de ese límite de lo expresable, en el cual la poesía alcanza justamente su esencia. Más allá de ese límite ya no es posible un decir, con lo cual la palabra poética se manifiesta como un silencio, en el que, como le sucede a la madera con el fuego, la poesía se consume. La palabra "campanas" al final de este poema es lo último que queda por decir frente a esa posible revelación de lo indecible que es la madera. El ser propio de la madera termina en esta palabra, que no es entonces la expresión de una impotencia de significar, sino más bien la extrema significatividad. Por eso al final del intento de llegar a ese límite que es hablar desde el fondo de la madera, no sólo aparece lo dicho desde la madera, que es todo el resto del poema, sino también se muestra la esencia del decir poético. Este decir extremo se expresa en la imagen final que es la campana.

¿Qué es la campana? ¿Qué hace una campana? En primer lugar, convoca a los hombres a la unidad. Si miramos un pueblito cualquiera, en medio del campo, es fácil observar que él se organiza en torno a la campana del campanario. Es la centralidad del campanario la que engendra a su vez el espacio de surgimiento de ese mundo: desde el momento en que este se instala como un centro, todo el espacio se organiza en torno a él, cada cosa se ubica como algo que está a su alrededor. Es en torno a la campana que se organiza el mundo y es ella la que sirve de caja de resonancia de ese mismo mundo. La campana convoca a un centro y a la vez, en ella se escucha el eco de ese mismo mundo de la cual ella es centro. Este eco, el ser eco, es lo que para el poeta prevalece en el sentido de la imagen de la campana.

Es lo que aparece claramente en su Oda a la campana caída, de Navegaciones y regresos, donde Neruda nos dice:


"¿Qué iras del mar alzaron su atributo
hasta que derribaron
el profundo
eco
que contuvo en su cuerpo la campana?"

Según esto, la campana es lo que contiene el "profundo eco". Es en este eco que nosotros debemos buscar la esencia de la campana. Su ser es un ser de resonancia. A diferencia de otros entes, ella está abierta hacia los sonidos de todos los demás entes, es apertura hacia la sonoridad de todas las cosas. Por eso no es raro que la campana aparezca caracterizada de esta forma a lo largo de toda la obra, como por ejemplo, en las Odas elementales. Hablándole a la poesía personificada, el poeta le dice:

"Tu corazón
fue un abundante
manantial de campanas"

Y más adelante la llama "campana submarina", expresión llena de significación si entendemos o pensamos de manera profunda el carácter que tiene el fondo del mar en toda la poesía de Neruda. El mar es la imagen que usa Neruda para expresar esta "informalidad salvaje de lo desconocido" de que hablábamos hace un momento. De este modo la poesía aparece como la resonancia de lo más interior de la naturaleza: su corazón, su esencia, consiste en este mismo poder de resonancia, "un abundante manantial de campanas".

En el prólogo de Navegaciones y regresos, en el poema titulado, A mis obligaciones, dice Neruda:

"Mientras los otros se sumergen
en la pereza, en el amor,
yo estoy limpiando mi campana,
mi corazón, mis herramientas"

Aquí la campana y el corazón, la campana como corazón, y el corazón como campana, son sus herramientas de poeta. Es con eso que él hace poesía, si se puede decir que alguien "haga" poesía. En realidad esta es una expresión discutible porque ella presupone que la poesía sea el hacer de un individuo, cuestión exactamente contraria a la labor de campana, que lejos de implicar cualquier acción se limita a devolver el sonido que proviene de las cosas. La campana más que un "hacer", es un "ser". El ser poeta radica en una especial facultad de entregar el alma sensitiva del hombre, su corazón, a la libre manifestación de las cosas. En lo que el poeta siente, no solamente se trasluce una experiencia de su vida subjetiva, sino sobre todo una manifestación de las cosas. La aparición de éstas en el alma rompe los límites de lo subjetivo. El corazón es el órgano de la trascendencia, por eso es el instrumento privilegiado de la poesía. En el epílogo del mismo libro, en el poema Deberes de mañana, Neruda todavía es más claro. Dice:

"A todo sol, a toda luna vengo,
a todo perro, pájaro, navío,
a todo mueble, a todo ser humano, ¿quién es?,
¡Ya voy! espera!
Espera rosa clara,
espera trigo verde
mineral de la tierra, espera,
nos queda tiempo para ser campana."

Esto significa que las cosas tienen que fundirse con el alma del poeta, y que en esa labor de unidad, de resonancia, se cumple su trabajo. El poeta es el hombre que gracias a un extraño poder de simpatía con las cosas, es capaz de trasladarse hacia ellas para así hablar desde ellas mismas. En esa labor de unidad, precisamente por la infinitud que hay en las cosas, al poeta le queda tiempo todavía, para que resuene el eco del mundo en su propia palabra.

En el libro Geografía infructuosa, en el poema, Nace un Día, aparece también la imagen de la campana directamente como símbolo de la síntesis que se ha establecido como esencia de la poesía, la síntesis entre el alma del hombre y el mundo. Aquí, esta experiencia se describe en forma mucho más directa:

"Era de ventana cerrada el día,
era de noche aún, era de piedra
cuando fui despertando,
cuando fue despertando
el sonido de aquél, del cada día,
del sonido del sol,
y me di cuenta, casi aún dormido,
que yo era la campana de color,
el despertar amarillo"

El poeta es la campana de color porque en esa mañana límpida se confunde con el cielo, con ese espacio soleado. Él es lo mismo que esa mañana asoleada, no hay distinción entre ambos, se ha abolido la distancia entre el alma y el día, y por eso él es campana. Más adelante, en el mismo libro, en el poema La morada siguiente, Neruda retoma su identificación con la madera de Residencia en la tierra , y vuelve a usar la misma imagen para señalar la fusión original en la que él recupera su identidad maderera. Dice:

"Yo vuelvo a ser, vuelvo a reconocerme,
estático tal vez, no sin fatiga,
pero fresco y metálico,
seguro de ser árbol y campana",

El pasar a ser árbol es lo que le revela su ser de campana, y a la inversa, el ser campana es lo que le permite trasladar su propio ser hacia el ser del árbol. Así, la humanidad del hombre consiste precisamente en la abolición de la subjetividad, en la posibilidad de fundirse en el ser de todo lo que no es él mismo. A diferencia del pensamiento que concibe al hombre como un sujeto cerrado que observa al mundo desde sus propios límites, aquí lo humano se concibe como la apertura hacia lo otro, apertura que le da a la palabra su doble procedencia. Y en el poema que cierra este libro, El sobreviviente saluda a los pájaros, en el que Neruda vuelve una vez más a resumir lo que ha sido su vida y su poesía, se lee:

"Si bien mi profesión de campana
se probó a la intemperie, desde mi nacimiento
esta experiencia fue decisiva en mi vida:
dejé la tierra inmóvil: me repartí en fragmentos
que entraban y salían de otras vidas,
formé parte del pan y la madera,
del agua subterránea, del fuego mineral:
tanto aprendí que puse mi morada
a la disposición de cuanto crece:
no hay edificación como la mía en la selva,
no hay territorio con tantas ventanas,
no hay torre como la que tuve bajo la tierra"

En eso consiste su profesión de campana, que como se ve, reproduce exactamente con un extremo rigor el mismo pensamiento. La apertura del alma del poeta es su capacidad de repartirse en fragmentos que entran a otras vidas y salen de ellas. Por eso el poeta vive todas las vidas que no son la suya y su palabra no es únicamente la suya, sino también la de las cosas hacia donde se ha trasladado su alma. Son las cosas mismas las que se manifiestan a través de la poesía, no una visión o una interpretación que el poeta pudiera tener sobre ellas. La poesía es la superación del límite de lo humano y su esencia está en su carácter epifánico. La "morada" del poeta es la extensión infinita de su propia alma confundida con el mundo, por eso no hay límites en ella, porque no hay límites en el universo con el cual ella está fundida. Esta unidad mística con la naturaleza es la raíz de la poesía, pero al mismo tiempo, su modo propio de ser.

En el poema Aquí del libro El Mar y las Campanas, se nos explica también con una genialidad sintética inigualable, la relación poética de Neruda con el mar y el porqué de su establecimiento en Isla Negra. Y de nuevo acá la campana es la clave:

"Me vine aquí a contar las campanas
que viven en el mar,
que suenan en el mar,
dentro del mar,
Por eso vivo aquí"

El motivo que explica por qué el poeta vive en Isla Negra, es el siguiente: se fue a escuchar las campanas del mar. Las campanas del mar son la voz oculta del mar. El mar, como ya lo hemos dicho, es una de las voces mayores de la "informalidad salvaje de lo desconocido". Por eso la poesía de Neruda se presenta como un hablar doble que en este caso es hablar de Neruda y a la vez, hablar del mar. Este doble hablar da testimonio de la unidad entre el alma del hombre y la realidad metafísica de la cual el propio mar no es más que una metáfora. La poesía de Neruda es la poesía del hombre en que esta palabra ha surgido, pero a la vez, es la poesía del mar, entendiendo este genitivo en su doble sentido subjetivo y objetivo: poesía donde el poeta habla del mar, y poesía donde el propio mar toma la voz humana para manifestarse.

Pero es en el poema Las estrellas, que al principio no está en ningún libro y que después será integrado a El Mar y las Campanas, donde esta experiencia de la poesía como campana y del poeta como campanero se precisa y alcanza su máxima profundidad. El poema dice así:

"De allí, de allí señaló el campanero,
y hacia ese lado vio la muchedumbre
lo de siempre, el nocturno azul de Chile
una palpitación de estrellas pálidas.
Vinieron más, los que no habían visto
nunca hasta ahora lo que sostenía
el cielo cada día y cada noche,
y otros más, otros más, más sorprendidos,
y todos preguntaban, ¿dónde, adónde?
Y el campanero, con grave paciencia,
indicaba la noche con estrellas,
la misma noche de todas las noches."

En este poema el campanero convoca a todos a venir; su labor es central en el sentido de llamar hacia el centro donde se muestra lo que todos debieran ver. El campanario y sus campanas, como ya lo hemos afirmado, son siempre un centro, el centro hacia el que todos acuden dejando de lado sus trabajos y preocupaciones diarias. La campana interrumpe la vida cotidiana e indica que hay que reunirse en lo central. Lo central en este caso se genera en un ver: todos son convocados a ver, a mirar. Esto que todos debieran ver, al parecer, no ha sido visto por todos, lo que hace necesaria la convocatoria. "De allí, de allí" dice entonces el campanero. Los demás acuden a ver. La convocatoria es a un simple ver y nada más; en este ver está en juego algo de suma importancia para todos, pero esto, por alguna razón, ha pasado hasta ahora inadvertido. Esto hacia lo cual convoca el campanero no es nada extraordinario; hasta tal punto es ordinario, que no faltarán los que piensen que tal convocatoria es inútil y absurda: lo que el campanero convoca a ver es "lo mismo de siempre", es decir, precisamente lo que pareciera hacer innecesario darse el trabajo de llamar a ver, porque está siempre allí: se trata del nocturno azul de Chile. ¿Qué tiene el nocturno azul de Chile de tan extraordinario como para convocar a todos a verlo? ¿Qué importancia puede tener este ver y para quién la tiene?. Es evidente que los convocados no son todos los hombres del planeta, sino los chilenos, puesto que el poema se refiere a los que están bajo el nocturno azul de Chile, aquellos para quienes este cielo nocturno aludido es lo más cotidiano. El campanero convoca a los chilenos a mirar su cielo. ¿Es tan clara y evidente la afirmación de que todos los chilenos hayamos visto nuestro cielo? El campanero no piensa así, pues con grave paciencia él indica hacia la noche. Esta grave paciencia tiene que ver, por cierto, con su principal cometido, que consiste en señalar sin descanso hacia lo que los demás creen haber visto. Este reiterado señalar se explica, porque en la opinión del campanero, lo que se cree haber visto, en realidad está todavía por verse; no se ha mirado aún lo que se supone haber visto. Sólo se ve lo que se ve por primera vez. El campanero señala hacia esta posibilidad de ver de nuevo por primera vez el cielo, y debe señalar con grave paciencia y no desanimarse por la posible indiferencia de algunos, porque es él y nadie más, el único que puede cumplir esta tarea.

La convocatoria del campanero busca reunir a los chilenos en torno a lo que nos concierne como chilenos. Esto que nos concierne como chilenos reside en un ver que ve por primera vez lo mismo de siempre. En esto "mismo de siempre" se pone en juego la esencia de lo que reúne a los convocados como chilenos. Esto es, como todos sabemos: la Patria. La convocatoria tiene entonces como designio el llamar a los chilenos a encontrarse en aquello que los reúne a todos en una Patria. Y es el campanero, el poeta, el que lo pone a la luz, a la manera de un indicar, un indicar hacia algo que tendría que verse. Lo que está por verse es lo que reúne, es decir, la esencia de la Patria. En este caso, la esencia de la Patria, que a pesar de estar siempre allí pasa generalmente inadvertida, es "el nocturno azul de Chile, una palpitación de estrellas pálidas, lo que sostiene el cielo cada día y cada noche, la noche con estrellas, la misma noche de todas las noches".

La poesía convocante no tiene otro rol que el de mostrar incesantemente lo mismo de siempre, lo que la cotidianidad nos oculta y que la poesía tiene que volver sin descanso a revelar. En esta revelación, que no es más que un mostrar, volvemos a recuperar el lazo que nos une como individuos de una Patria, de un mundo de sentidos determinado, de un lenguaje. Este ver nos saca de lo habitual, para permitir nuestra entrada en lo asombroso, en lo extraordinario. Pero a su vez, esto asombroso y extraordinario no es otra cosa que lo asombroso de lo cotidiano y lo extraordinario de lo mismo de siempre.

Así, el poeta es poeta en cuanto es campanero, en cuanto es convocador reunidor, en cuanto es campana, en el sentido de que ese lenguaje reunidor-convocador es, al mismo tiempo, el eco, la resonancia, de ese mundo que es el mundo nuestro. La poesía es labor de campanero, en cuanto a través de su palabra se reconstruye cada vez la patria. La poesía es campana porque nos reúne a todos en una patria, es decir, porque en su palabra se manifiesta el mundo que nos pertenece y al que pertenecemos. Se unen en Neruda de manera formidable la más alta y sorprendente profundidad con la simplicidad extrema. Esta poesía, que habla de cosas sencillas y aparentemente al alcance de todos, como de este cielo nocturno que hace Patria, es una palabra consciente de todo el poder fundante que tiene la poesía, actividad ligera como vuelo de ave, que aparentemente es incapaz de "hacer" nada, pero que en realidad es la única instancia a través de la cual se instala el mundo en el que vivimos. Ser el cuerpo donde resuena el eco de nuestro mundo, no es nada que tenga que ver con nuestra actividad transformadora, realizada al interior de ese mundo. Sólo que toda actividad transformadora requiere de algo previo: de la instalación de un mundo al interior del cual se pueda operar una transformación. Esta instalación, que no puede ser concebida como obra unilateral del hombre, debe ser pensada como síntesis, como unidad donde se reúne lo humano y lo trascendente, de lo otro hacia lo cual todo lo humano se mantiene referido: y eso es precisamente lo que "hace" la poesía. Por eso la poesía es y será siempre el terreno de unidad donde se funden en uno solo, el hombre y "la informalidad salvaje de lo desconocido". Esta secreta unidad, ante la cual nuestra mirada queda absorta, da también testimonio del milagro que es el hombre. Neruda es alguien que vio ambas cosas anudadas, que vio que el milagro de ser hombre consiste en estar abierto hacia la informalidad salvaje de lo desconocido, y en ser un eco de ello. Neruda se fue a Isla Negra a escuchar las campanas de lo hondo del mar y las campanas de lo hondo del cielo, campanas donde resuena a su vez la patria. Este simple escuchar es más decisivo que cualquier transformación en el orden de las acciones realizadas al interior del mundo. Escuchar al que escuchó es la tarea del que viene detrás del poeta. Así se prolonga el poder de la unidad para que se configure un mundo.