El 17 de mayo de 1838, al amanecer, caía una copiosa nieve en los Andes centrales cuando Ignacio Domeyko Ancuta atravesó la cordillera, según sus propias palabras, 'aterido de frío, encogido, montado en un flaco jamelgo y sin un centavo', con un pasaporte que lo acreditaba como súbdito de su alteza imperial rusa, oriundo de Lituania y de origen étnico polaco. Ese día, casi a punto de cumplir 35 años, comenzaba para Ignacio Domeyko la etapa más importante de su vida que, con el correr del tiempo, lo transformaría en uno de los ciudadanos chilenos más ilustres del siglo XIX y un científico reconocido mundialmente.

Hoy, al celebrar el bicentenario de su nacimiento, quisieramos llamar la atención sobre un aspecto poco investigado de su multifacética vida, la visión de nuestro país formada a lo largo de más de medio siglo. Probablemente al llegar a Francia, donde realizó sus estudios de mineralogía, era muy poco lo que Domeyko sabía de Chile.

Chile para Europa oriental era y es tan exótico como Europa oriental lo era y es para nosotros. Por lo tanto, lo más probable es que un conocimiento más profundo que el mero conocimiento enciclopédico sobre Chile lo adquiriera recién en la Escuela Superior de Minas de París, después de todo Chile ya era famoso en el mundo por su potencial minero.

Poco después de terminar sus estudios en la Escuela de Minas de París, en julio de 1937, sus profesores lo recomendaron a una empresa de la baja Alsacia en busca de minerales de hierro. En el mes de octubre del mismo año Adam Mickiewicz, su amigo de los años de la Universidad de Vilna y el más grande de los poetas polacos, también en la emigración en Francia, le escribe que 'hay lugar para ti en Chile,vas a ser profesor de química y metalúrgica, te darán dinero para el camino y sueldo de tres mil pesos'.

El plenipotenciario del gobierno de Chile Carlos Lambert, aconsejado por el profesor Piere Dufrenoy, Director de la Escuela de Minas de París, se inclinó por ofrecer a Domeyko el puesto de profesor en la Escuela de Minas de Coquimbo. En la decisión definitiva de Domeyko influyó la opinión de Adam Mickiewicz que ya se había formado una opinión positiva de Chile hurgando en los libros de su biblioteca.

Luego, el primero de febrero de 1838, Domeyko inicia su largo viaje a América de alrededor de cuatro meses.

Domeyko, siendo principalmente representante de las ciencias técnicas, era ya una persona de una basta cultura humanista. No obstante aquello, conociendo las impresiones de viajes por los países americanos de otros intelectuales europeos de similares características que las de Domeyko, sus primeras reflexiones y su posterior visión de Chile no dejan de llamar la atención incluso al lector del siglo XXI. En sus memorias y en su rica correspondencia Domeyko nos da una visión más bien realista del Chile de la época, probablemente no siempre de nuestro agrado ya que siempre los nacionales de cualquier país tienen una visión de sí mismos mucho mejor que la realidad. Domeyko, al escribir a sus amigos de la emigración polaca en Francia sobre sus primeras impresiones de Chile no lo hace desde una posición exótico-europocentrista, que más bien deforma que informa. Esto no es extraño ya que su patria, ubicada en la periferia de las grandes decisiones, también era objeto de esta deformación de la cual los polacos son muy sensibles.

Ignacio Domeyko llegó a Chile con la curiosidad del científico, sin prejuicios deformantes, pero también con la sensibilidad propia de los grandes humanistas. Su primer encuentro con un chileno lo describe muy sencillamente 'nos ofreció pan, manzanas y nueces frescas y no acepto pago por ello'.

La rica correspondencia de Domeyko con sus amigos allende los mares constituyen una rica fuente de la historia del Chile decimonónico, en su mayoría desconocida para el lector castellano parlante. Alrededor de mil cartas escritas desde Chile forman parte de este valioso material epistolar. En nuestra investigación hemos utilizado fundamentalmente las cartas a su primo Wladislaw Laskowicz, alrededor de 400, y al poeta Adam Mickiewicz, alrededor de 40. Domeyko era un agudo observador de cuanto sucedía en Chile, consciente además de que sus amigos poco o nada sabían de Chile se esmeraba en entregarles su visión de los acontecimientos y las vicisitudes de la vida diaria. El valor de esta visión de Domeyko es mucho mayor en cuanto que esta era una correspondencia privada en que las opiniones, juicios y observaciones no estaban destinadas para su publicación.

Así por ejemplo, nos enteramos que en Coquimbo, en la primera mitad del siglo XIX no había guardianes nocturnos porque no se solía ver gente sospechosa y no eran necesarios. Los vecinos dejaban abiertas las puertas de sus casas y tampoco había cerrajeros para reparar las cerraduras. Domeyko, afirma en noviembre de 1838 en carta a Adam Mickiewicz, que no tiene motivos para quejarse de los coquimbanos, a pesar de que los europeos terriblemente los persiguen. La ciudad es más bien aburrida, sus habitantes ni hospitalarios ni sociables, pero tampoco maliciosos, ni fastidiosos, ni belicosos. Aquí se puede vivir tranquilo.

En cada carta trataba de incluir alguna descripción de Chile o de los acontecimientos en el país. Informó oportunamente de la guerra con la confederación de Perú y Bolivia y de su desenlace, anunciando el triunfo de 'los nuestros'. Con su correspondencia también influía en la visión de Chile de sus amigos. Por ejemplo, Adam Mickiewicz en carta a Domeyko le escribe que 'siento ya cierta simpatía hacia los chilenos y comienzo a desearles la victoria. Con justa razón Adam Mickiewicz encontró la razón en el hecho que tú estés en Chile. Así nuestras opiniones políticas y simpatías tienen a veces una raíz profundamente escondida'. Para Domeyko las repúblicas del sur de América están más unidas y son más hermanables entre sí que los países europeos. Sin embargo aquí influyen negativamente todo tipo de especuladores venidos de Europa. Si hasta ahora, afirma Domeyko, los viajeros escribían sobre las costumbres locales y la vida de los indígenas, actualmente deberían hacerlo sobre los europeos residentes o errantes y su influencia negativa en las jóvenes repúblicas americanas.

Una vez terminado el primer año académico en Coquimbo, Domeyko se manifestó profundamente impresionado de cuanto lograron aprender sus estudiantes, a tal extremo que llegó a afirmar, en correspondencia con Adam Mickiewicz, que 'es probable que en ninguna escuela europea los alumnos en el transcurso de un solo año puedan aprender tantas materias de metalurgia que lo que logré enseñarles a mis chilenos'.

En el verano de 1841 estuvo en Valparaíso y su comentario, en otra carta a Adam Mickiewicz, no fue muy grato para la ciudad ya que esta 'no era digna de ese hermoso nombre, ya que es de clima seco, sucia e incómoda y en cuanto al comercio, al igual que nuestros pueblos, repleta de judíos'.

Preocupado de la religiosidad de la juventud chilena le pide a Adam Mickiewicz, si es posible, le envíe nuevos libros religiosos franceses porque 'hasta ahora en toda la república, los que leen, leen solamente basuras francesas, traídas aquí por especuladores y son más tontos que aquellos que no leen'.

Cuando, en 1845, se encontraba de vacaciones en el sur de Chile, se incendió su laboratorio, su casa y todos sus enseres incluyendo su rica biblioteca, no le echó la culpa a nadie. Contrariado, pudo tomar la decisión de volver a Europa, toda vez que ya había terminado su compromiso inicial. Muy por el contrario decidió quedarse otro par de años hasta restaurar el laboratorio, a iniciativa del gobierno de Chile, mejor que el anterior.

Domeyko estaba consciente que la gran riqueza de Chile era la minería en la cual debería estar basada su futura industria. Pero también consideraba que el país aún no estaba en condiciones de este gigantesco esfuerzo sin una sólida base de profesionales altamente calificados. Por esta razón, constantemente insistía ante las autoridades chilenas, la necesidad que egresados de la escuela de minas de Coquimbo viajaran a perfeccionarse a Europa, concretamente a Francia aprovechando sus buenas relaciones con los profesores de la Escuela de Minas de París. Una vez logrado su objetivo estuvo permanentemente preocupado del buen desempeño de sus discípulos, recomendándolos a sus compatriotas exiliados en Francia.

Una vez que sus primeros discípulos volvieron de Europa, y pudieron hacerse cargo de la escuela de Coquimbo, aceptó la oferta de trasladarse a Santiago. Por lo tanto, una vez más postergo su vuelta a Europa. La gran ciudad 'que tiene todo lo que las grandes ciudades europeas' impresionó gratamente a Domeyko dejando al pequeño Coquimbo con gran tristeza, donde vivió ocho productivos años en una ciudad silenciosa y tranquila, 'un lugar excepcional para el descanso si uno pudiera disponer de su tiempo', donde no dejó enemistades.

A fin de entregar a sus amigos una visión lo más amplia posible del quehacer diario, las costumbres y la forma de ser de los chilenos es que decidió relatarles de manera sucinta la celebración de la Semana Santa de 1847 en la capital de Chile, ciudad de mayoría católica al igual que su tierra natal. De esta manera sus compatriotas logran saber que en Santiago, el día jueves santo, se produce en la ciudad un silencio absoluto, nadie transita por las calles y se prohíbe la entrada de vehículos a la ciudad en agudo contraste con el tumulto y el alboroto similar 'a vuestro París'. Este silencio se mantiene hasta la tarde y al anochecer casi todos los habitantes de la ciudad, alrededor de 60.000, se vuelcan a las calles y visitan, al igual que entre nosotros, las sepulturas de sus deudos. 'Las mujeres cubiertas con mantos, las más pudientes de raso, las más pobres de lino, todos vestidos de negro, como en las grandes solemnidades, y el pueblo sencillo con sus atuendos nacionales llamados ponchos'. 'Mientras los antiguos fieles apegados a las viejas costumbres y penitencias populares rondaban los sepulcros, mientras se celebraban oficios religiosos en todas las iglesias en la plaza, frente al palacio presidencial, una orquesta militar tocaba alegre música de óperas italianas. Allí se congregaba una gran parte de la otra cara del mundo, el civilizado; damas de alto coturno y jóvenes galanes reunidos como para asistir a un espectáculo. Allí, en lugar del rosario y la homilía, dominan los Misteres de París y el Juif errant, las novelas de Dumas y los dramas franceses. En lugar de la rigurosidad hispánica, las buenas maneras y la gentileza despreocupada de los franceses, la galantería y el sentimentalismo italiano. En lugar de las mantillas de raso, con las cuales las mujeres sencillas cubren esa noche su belleza, imbuidas de graves sentimientos y elevados pensamientos. Allí se ven caras pálidas, ojos ansiosos y resplandecientes trenzas negras con velos de tul y diademas, realzadas por la luz de la luna. A este grupo pertenece la gente de la clase acomodada, los diplomáticos con pretensiones irrefrenables de imitar la civilización europea de la cual tienen una imagen tan falsa. Basta con decir que el Presidente, varios consejeros de gobierno y senadores, salieron fuera de la ciudad para no acompañar en este día las celebraciones populares a las cuales anteriormente los jefes españoles y los capitanes generales, representando la majestad de los reyes católicos, se unían en forma pública'. A diferencia de Lituania en Chile no se conocían o no se practicaban las ceremonias de la resurrección, ni los huevos pintados, ni la bendición de pascua. Esta extensa cita nos permite no tan sólo constatar la religiosidad del Chile de la época sino que además la sensibilidad de Domeyko y sus nostalgias.

Una de las situaciones difíciles de imaginar, para aquellos que no proceden de zonas sísmicas, como Chile, son los temblores. Por esta razón Domeyko trató de describir exitosamente lo que esto significa en una de sus cartas a Laskowicz. Primero, dice, hay que vivir en Chile y ser testigo de uno de los grandes temblores que afectan con cierta regularidad nuestro país, para imaginarse el miedo que infunde a la gente el tremendo estruendo del que van acompañados. 'Las mujeres como que enloquecen, los niños pierden la conciencia, los ancianos tiemblan de miedo y corren sin saber a donde, las calles se llenan de gente golpeándose el pecho y gritando misericordia, misericordia'.

Domeyko raramente se pronunció públicamente sobre los acontecimientos políticos chilenos, en este sentido por lo general mantuvo siempre una distante reserva. Sin embargo, por intermedio de su correspondencia privada podemos enterarnos de algunas de sus opiniones. Decididamente no era un liberal. Muy sintomáticos son sus juicios sobre la Sociedad de la Igualdad y Francisco Bilbao, amigo este de Adam Mickiewcz y asiduo a las tertulias de su casa en París y a sus clases en el College de France. Al respecto debemos recordar que cuando se votó por el Consejo Universitario la expulsión de Bilbao, después de su publicación Sociabilidad Chilena, por el cual Bilbao fue juzgado y condenado, Domeyko votó a favor de la expulsión. En carta a Wadislaw Laskowicz comenta los acontecimientos de abril de 1851 donde participó la Sociedad de la Igualdad 'cuando las campanas llamaban a la misa del alba, los demagogos del lugar y los comunistas de la nueva escuela se sublevaron manchando de sangre las calles de Santiago. Bilbao llegó hace poco de París, donde mantenía relaciones estrechas con Lamennais, Adam Mickiewicz y con muchos otros'. 'El periódico de la Sociedad de la Igualdad habría tenido por objeto incitar a la gente sencilla el odio hacia los propietarios, los curas y el gobierno. Cuando llegó el momento crucial, le siguieron unos doscientos sinverguenzas, pero sólo Dios sabe el mal que sembraron él y sus colaboradores, lo que se verá en el futuro'. Esta opinión de Domeyko contrasta con la de Mickiewicz, el cual al enterarse de los acontecimientos en Chile comentó: 'Si ese mismo día hubiera estallado también aquí un levantamiento, la protesta de Bilbao habría tenido éxito. En nuestra época la chispa eléctrica, sin la cual nada puede nacer, se origina en Francia, y después las corrientes míticas la llevan lejos'. A pesar de que Bilbao y Domeyko no encontraron un idioma común, fue precisamente Bilbao el que provocó indirectamente que Mickiewicz reanudara su correspondencia con Domeyko que había interrumpido entre 1843 y 1849, por discrepancias ideológicas con Domeyko. Al volver a Chile, en 1849, Bilbao trajo una carta de Mickiewicz para Domeyko que Bilbao entregó personalmente. Su distanciamiento de la política liberal Domeyko lo justifica por el hecho que en ella hay mucha hipocresía. En Europa saben exacerbar lo peor, mientras que en América se expone en su ruda desnudez y deformidad. Cada partido tiene dos elementos cristianos y paganos, mentira y verdad, amor y odio. 'Cada uno trata de ser más liberal y salvar a la humanidad y con este pretexto se permiten mentir, regañar, matar y codiciar la propiedad ajena. Se olvidan de Dios. Mientras tanto la gente humilde pierde más el respeto hacia la autoridad, el derecho, la educación y la fortuna, aunque se hayan conseguido con trabajo, esfuerzo y ahorro'. No obstante lo anterior Domeyko considera que en Chile las instituciones son más liberales que en todas las constituciones europeas, al mismo tiempo que declara que hará todo lo posible, y lo que Dios permita, por tratar de encaminar al gobierno hacia la causa religiosa. Los acontecimientos de los años posteriores nos permiten ver a un Domeyko totalmente identificado con Chile, demostrando ser un patriota chileno como el que más. Precisamente esta actitud suya lo llevó a comentar que pensaba solicitar la nacionalidad chilena. Al enterarse de sus intenciones las autoridades de la época se apresuraron a tomar la iniciativa y no pasar por la vergüenza de que Ignacio Domeyko, a pesar de sus grandes aportes al país, tuviera que solicitar la nacionalidad chilena y no concedérsela por gracia, lo que finalmente sucedió. Cuando se produjo la ocupación de las islas Chincha, por el almirante español Pinzón, le pareció algo extremadamente extraño ya que los dos países se llevaban muy bien. Le parecía muy grave la posibilidad de una guerra con España llegando a comentar que 'Parece que tras este movimiento hay una intriga de los yanquis quienes citan la doctrina Monroe para no permitir a los europeos meterse en los asuntos americanos'. La actitud de los españoles en Perú y los franceses en Méjico puede ser considerada como política del imperialismo europeo para aplastar y conquistar la libertad y empujar a estos pueblos hacia 'las garras de Estados Unidos'. Ante la amenaza de Pinzón de bloquear los puertos chilenos afirma que 'el pueblo chileno vencerá al enemigo que tiene por delante y a aquel que en cualquier momento en el futuro emprenda un bloqueo'. Cuando Domeyko por primera vez fue electo Rector de la Universidad de Chile, el año 1867, surgieron algunas voces poniendo en duda que un ciudadano nacido en el extranjero pudiera ejercer ese cargo. La reacción de la opinión pública reflejada en la prensa fue contundente 'un polaco, por el solo hecho de serlo, no puede ser considerado extranjero en ninguna parte en un pueblo libre, porque su patria de origen le fue arrebatada por la agresión y la violencia'. Poco tiempo después y como una forma de desagravio, uno de los más destacados historiadores chilenos, Miguel Luis Amunátegui, escribe la primera y quizás la más hermosa biografía del nuevo Rector de la Universidad de Chile con el título de Don Ignacio Domeyko. Al estallar la Guerra del Pacífico la comentó con sentidas palabras: 'Estamos aquí en guerra con Perú y Bolivia y tenemos suspendidas las inamistosas relaciones con los argentinos. Una guerra singular, diferente a las nuestras, no obstante estar provistos con mortales armas europeas, ya que se desarrolla en el desierto y lejos de las rocosas costas del mar. Estos son países jóvenes, eran ricos, felices, libres, pero si vieras lo que está sucediendo afirmarías que los nuevos países necesitan, buscan, de tiempo en tiempo, la guerra, mucho más que la paz y les aburre el éxito silencioso'. 'Esta infortunada guerra arruina a tres repúblicas y siembra la venganza y el odio para el futuro'. Poco tiempo después afirmaría que 'La obstinación española y la porfía indígena anuncian muchos años de discordia'. Era tal su cariño e identidad con todo lo relacionado con Chile que constantemente, en su extensa correspondencia, llamaba la atención sobre diferentes aspectos pocos conocidos, por ejemplo la diversidad de tubérculos de Chiloé desde donde estos llegaron a Lituania y Polonia y lo interesante que sería esa misma diversidad en Europa. Otro aspecto desconocido es que probablemente Domeyko haya sido el primer exportador de miel de palma de Chile a Europa. En efecto, Domeyko era un gran consumidor de este producto y conocedor de sus bondades, por lo que constantemente enviaba este producto a sus amigos de París. Es evidente la preocupación constante de Domeyko por el futuro de su patria americana. A pesar de su avanzada edad, siendo ya Rector, se mantuvo por largos años en el debate por reformar la educación chilena y sobre todo por el desarrollo de la investigación científica y crear mejores condiciones para sus estudiantes. En carta a Laskowicz afirmaría que 'Amo a Chile y suspiro por Polonia', por lo que una vez que dejó la rectoría viajó a Europa para ver por última vez su tierra natal y poder estar algún tiempo con su hija Ana. En carta a su biógrafo, el historiador Amunátegui, poco antes de emprender el retorno a Chile, le manifiesta que estrecha en su alma dos patrias y que mientras piensa despedirse para siempre de una, urge de volver a la de sus años maduros. Al volver a Chile trajo un puñado de tierra de Zyburtowszczyzna, donde nació, para ser enterrado en ella, en el país al cual le dedicó sus mejores años, más de la mitad de su vida, el cual le dio tantas satisfacciones y por el cual paso a la inmortalidad.