El texto

Desde su llegada a Chile en 1838, a los 36 años, Ignacio Domeyko Ancuta (Antzouta) -o 'el Señor Zegota', cual era su seudónimo como miembro del movimiento revolucionario universitario polaco organizado como Sociedad Secreta de los Filómatas y Filaretes, y que corresponde al sobrenombre eslavo-lituano de Ignacio- durante sus vacaciones hizo habituales viajes de estudio desde La Serena, siempre acompañado por algún alumno  1. De este modo visitó las cordilleras vecinas a Coquimbo; las minas de los departamentos de Huasco y Copiapó; de Ovalle, Combarbalá y Aconcagua; en Santiago hasta San Pedro Nolasco, y por último hizo un cateo en las cordilleras de San José de la Compañía [Rancagua] y de Cauquenes2. Estas primeras excursiones las costeaba el propio pedagogo, y eran la base de los estudios remesados a Les Annales des Mines de Francia, trabajos que llamaron la atención de los hombres de ciencia de Europa. Con uno de sus discípulos, Miguel Munizaga, a quien Domeyko animó para hacer el viaje a la Araucanía, lo realizó en los primeros meses del año 18453. De este recorrido nació la interesante obra Araucanía y sus habitantes que mereció elogios de las personas idóneas de la época. Andrés Bello dijo que -en este libro- Domeyko había sabido unir las cualidades del sabio con las del literato. Más aún, Bello expresó que Domeyko poseía adecuado dominio de la lengua de Cervantes; que otros -posteriormente, al dificultar su asunción a la rectoría de nuestra Universidad en 1867-, señalaron como insuficiente. La obra en menos de un año tuvo dos ediciones, cosa inusitada en Chile por esos años. En 1846 la Araucanía y sus habitantes fue reimpresa en Montevideo; y luego traducida al alemán y al polaco por Leonardo Dettel, y publicada en Vilna, haciéndose posteriormente varias ediciones4. Las revistas científicas y la Revue des Deux Mondes, al citar éste y otros trabajos de Domeyko que tanto interés despertaban en el mundo científico europeo, le llamaban: 'El sabio Profesor de Coquimbo'. ¿Cuáles fueron las repercusiones de la publicación de Araucanía y sus habitantes en Chile? Una y muy relevante: Puso de relieve ante la opinión pública nacional la cuestión del territorio y los habitantes de la Araucanía, así como la necesidad de incorporar aquella e insertar a éstos definitivamente al país y la nación chilena5.

La amplia difusión de las dos ediciones de la obra fueron coadyuvantes para que los hombres de gobierno y del congreso fijaran -seria y paulatinamente- su atención en esta importante cuestión para la consolidación territorial de la embrionaria nación chilena; asunto que sí estaba en los proyectos de estadistas de gobiernos extranjeros, como -por ejemplo- Francia. La política criolla giraba por esa década, en materia territorial, en la afirmación de nuestra soberanía en el Estrecho de Magallanes y en los inicios de la colonización alemana de Valdivia al Sur. El espacio de la Araucanía no figuraba en el primer plano del acontecer político general, aunque en individualidades -como veremos más abajo- se tenía conciencia de ello.

¿Qué motivó al sabio polaco a viajar a tierras ignotas y de cierto riesgo?

Al despedirse de Coquimbo hacia la Araucanía, en enero de 1845, se cuestionó Domeyko: 'Otro viaje lejano. ¿Te parece poco el vagabundeo con que recorriste medio mundo como si corrieses en pos de un negocio urgente? ¿No te basta con lo que ya has visto?'6. Pero Domeyko era-sin duda-viajero rebelde, impenitente y romántico y se internó en pos del mundo araucano, o -por lo menos- el que creía tal. Es imprescindible fijar y resaltar, en primer término, que Ignacio Domeyko Ancuta fue mundialmente reconocido como un insigne científico de la naturaleza; un destacadísimo químico y mineralogista. Pero -por otra arista- no puede ser catalogado, de modo alguno y bajo ningún respecto, como un especialista en etnología y menos un indigenista, conocimientos científicos que fueron desarrollados con posterioridad a sus días. Ello no implica que su 'crónica araucana' sea de suyo informativa y útil para averiguar -según su prisma- tal ecúmene aborigen al promediar el siglo XIX. Domeyko era hijo del romanticismo, un hombre esencialmente libertario y, por sobre todo, un ferviente y militante católico. Más aún, como proscrito polaco por esos años no podía hacerse sostenedor de una dominación violenta, aún sobre un pueblo que se le considerase bárbaro conforme con los parámetros de la cultura judeo-cristiana-occidental. Aspiraba penetrar y apreciar de cerca las costumbres y el estado moral de aquel valeroso pueblo que resistió y venció por tres siglos la conquista de su territorio. No por algo Arauco fue denominado por los españoles 'El Flandes de América'. En segunda instancia, debe remarcarse que Domeyko era esencialmente un gran educador. Por eso otro objetivo del viaje a la Araucanía en 1845 fue -en sus propias palabras- 'inspirar en la juventud chilena un cierto deseo de viajar por el interior de Chile, con el intento de conocer su país, como también invitar a esta juventud a que buscase inspiraciones en la bella naturaleza de Chile, en la vida social de sus habitantes, en la hermosa realidad en medio de que vive. En fin, en lo pasado y el porvenir de su patria, y no en los misterios de París y Londres, que tanto la distraen'7. Un tercer objetivo de sus atenciones allí fue examinar los medios que le parecían más propicios para la 'reducción' de los naturales a la civilización cristiana, apostólica y romana. Consigna al efecto: 'Me he circunscrito especialmente a examinar la cuestión moral y religiosa. Porque, a mi modo de ver, es la que promete más al porvenir de aquel afortunado país, y porque en los medios que ella nos suministra, no peligra la paz ni la tranquilidad pública y doméstica, tanto de los indios como de sus civilizadores; porque, en fin, es el único punto de vista, bajo el cual la reducción deja de ser conquista'8. Personalmente estimo que -aunque no se explicita en parte alguna y no hay pruebas fehacientes de ello- Domeyko tenía una 'cuarta intención o misión' al efectuar su excursión a la Araucanía en 1845: la gubernamental, o al menos de algunas autoridades del poder político central o regional chileno. Para ello me baso en los escasos datos proporcionados por él mismo. Denomina primitivamente su trabajo antes de ver la luz pública como 'Memoria o Informe', del cual 'he procurado sacar de ellos todo aquello que a mi modo de ver parecía útil de poner en conocimiento público. No he escrito para la prensa'9. Esta expresión puede tener dos vertientes: una que hay asuntos que no es conveniente dar a la publicidad; otra, que el sabio polaco extrajo de la edición de su obra materias de poco interés para la pluralidad del lector nacional poco interesado o informado en los asuntos del Sur de Chile. Otro escorzo o perspectiva en apoyo de la precedente hipótesis de trabajo, dice relación con los hechos del paso de Domeyko y Munizaga por Valparaíso hacia el Sur. Consigna el primero que 'encontré cartas del Presidente [Bulnes] y de los ministros que me recomendaban ante las autoridades gubernativas en el Sur. Conocí al ex presidente [José Joaquín] Prieto, un patriarca insigne y muy respetable'10. Apoyo gubernativo y de conocedores del mundo al sur del Bío-Bío, que obviamente, no se sustentaban en un mero afán de exploración científica. Ello se ratifica, más adelante, al pasar ocho días en Concepción en preparativos para la Araucanía. Registra el sabio polaco que el objetivo de su viaje es 'el país de los indios independientes, con el propósito de llegar hasta Valdivia, o incluso más allá, hasta el lago Llanquihue y el volcán Osorno. Me facilitaron este viaje las cartas del Presidente de la República, general Bulnes y del ex presidente, general Prieto, recomendándome al Intendente de la provincia de Concepción, el coronel Bulnes y al comisario de los indios, quien se hallaba entonces entre los salvajes. El gentil Intendente [el coronel Bulnes, pariente del Presidente] me dio un intérprete, guías, un soldado ordenanza, dos caballos y dos mulas. Compré, además, cuatro caballos, provisiones y, siguiendo el consejo de ciudadanos más expertos en esa región, muchos abalorios, campanillas, pañuelos rojos y azules, tabaco, índigo y otras bagatelas como regalos para los araucanos'11. Cabe cuestionarse: ¿A quién que no fuese con cierta misión gubernamental se le iban a proporcionar tales apoyos? ¿Era posible que el profesor Domeyko de su menguado peculio adquiriese en Concepción bienes de cierta valía? Las preguntas e interrogantes quedan abiertas a futuras investigaciones. Más aún, al llegar al pueblo de La Unión Domeyko afirma que pernoctó 'en casa del Gobernador, para quien llevaba yo una carta de recomendación. Se nos recibió bien y. . .me informó del estado en que se hallaba, en aquel entonces, ese departamento situado en el extremo continental sureño de la república chilena'12. ¿Por qué el gobernador local, 'ex soldado y patriota, gran lector de periódicos y de mucho sentido común' informa al recomendado sabio viajero respecto de asuntos netamente políticos relativos al departamento situado en el extremo continental sureño de la república chilena? Nos parece que el gran Domeyko no llevaba ni con mucho una misión 'oficial' representativa al incursionar en la Araucanía; pero que autoridades y círculos gubernamentales estaban ciertamente interesados en sus 'informes', aunque fuesen con una carga subjetiva a sabiendas de ello. Esto por dos razones. La primera formar una 'opinión pública' -si era posible por esos años a este respecto- sobre el lineamiento de una política de incorporación definitiva del territorio continental chileno del Bío-Bío al Valdivia. En segundo grado, comparar por medio de un intachable testigo no chileno y no perteneciente a una gran potencia mundial lo afirmado por los precedentes exploradores franceses, alemanes e ingleses, y las intenciones de estas potencias sobre tal franja territorial. Domeyko, no obstante sus vinculaciones al mundo científico del viejo continente -en especial Francia-, era un 'nacionalista' (en el buen sentido del término), y a través de toda su obra sobre Arauco traduce, con un paralelismo hacia su tierra natal, una cierta identidad nacional diferenciada de los polos imperiales decimonónicos13. El gobierno chileno mediante decreto del 2 de diciembre de 1846 -año del traslado de Domeyko de La Serena a Santiago para asumir como Secretario de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile con un sueldo mucho menor-; y a instancia del ministro del Interior Manuel Camilo Vial, que había reemplazado en septiembre a Manuel Montt en dicho cargo, remuneró 'debidamente los muchos e importantes servicios prestados al país por el profesor de química y mineralogía don Ignacio Domeyko en las varias comisiones científicas que se le han encomendado; y deseando al menos compensarle los gastos de sus largos viajes empleados en estas comisiones' se ordenó que 'la Tesorería General ponga a su disposición la cantidad de dos mil pesos, la que le será adjudicada al presupuesto del ministerio del interior para el presente año. [Firmado]: Manuel Bulnes, Manuel Camilo Vial'14. No cabe duda que dentro de las 'varias comisiones científicas encomendadas' estaba considerada su expedición de comienzos del año anterior al territorio de la Araucanía.

Percepción de Domeyko sobre los pueblos Araucanos

Ignacio Domeyko exalta notoriamente el paisaje de la Araucanía y hace frecuentes comparaciones con los de sus queridas Polonia y Lituania que sería largo enumerar.

Pero, ¿Cuáles son las ideas básicas de Domeyko en su exploración respecto del habitante de esas comarcas? Para él 'el indio, en tiempo de paz, es cuerdo, hospitalario, fiel en los tratos, reconocido a los beneficios, celoso del propio honor. Su genio y sus maneras son más suaves y casi diré más cultas, en cuanto a lo exterior, que las de la plebe en muchas partes de Europa. Grave y muy formal en su trato, algo pensativo, severo, sabe respetar la autoridad, dispensando a cada cual el acatamiento y cariño que le corresponde. Pero, en general, parecen como pesados, perezosos, golosos, propensos a la embriaguez y al juego. Todo lo lleva al extremo, de tal modo que del seno de esa calma, de ese reposo y quietud que los presentan tan impasibles, cediendo de repente a una especie de huracán tumultuoso que les sale del pecho, se enfurecen y caen en movimientos rápidos y extremados'. No cabe la menor duda que el indio -nos afirma Domeyko- conoce lo que es justo y lo injusto, la probidad y la malicia, la generosidad y la bajeza, como cualquier otro hombre dotado de corazón y alma. Por un sentimiento de intuición natural, o de una tradición oscura, lleva como grabado en su ánimo un código moral; y está dispuesto a cumplir con él en cuanto sus pasiones e inclinaciones brutales, no refrenadas por mandamiento alguno ni precepto divino, se lo permiten15. Para el insigne polaco el aborigen chileno del valle central sur que él prospectó es esencialmente agricultor, sea por su carácter y la naturaleza física del país, como por su temperamento y costumbres. Consigna así los fundamentos diferenciales entre los Pehuenches y otras tribus transandinas, 'que son pastoras, nómades, verdaderas aves de rapiña, y cuyas tolderías de cuero se mueven como las espesas nubes de langostas'. Y añade que el pacífico araucano tiene su casa bien hecha, grande, espaciosa, de veinte y más varas de largo y de ocho a diez de ancho, bien abrigada contra los vientos y las lluvias, alta, construida con buena madera, coligüe y paja, con una sola entrada y un agujero puesto en lo alto del techo para la salida del humo16. Pero, por otra parte, consigna Domeyko una especificidad sociológica connatural del oriundo chileno que -al parecer- se ha arraigado hasta hoy en la idiosincrasia de los chilenos de cualquier talante, del más alto coturno al de menor escala social. Nuestra trama social, al igual que el aborigen, 'es amigo del lujo y de la ostentación; y aun con esta pasión podrían contar los pretendidos civilizadores, que hacen consistir su propaganda en el arte de cebar y lisonjear el amor propio y las inclinaciones pueriles del hombre', atesta el ilustrado polaco17. Domeyko connota que el autóctono en su vida doméstica, cotidiana, en medio de la paz y calma de sus pasiones se comporta con actitud serena. Por ello cualquier viajero que 'se limite a observar el trato interior del indio chileno, su bienestar físico y las comodidades de que goza, su juicio y su buen sentido, su cordura y su hospitalidad afable, no lo tomará por cierto por un salvaje ni bárbaro: antes, por el contrario, lo consideraría aventajado a algunos pueblos del mundo cristiano'18. No obstante esta visión rousseauniana, el escenario mútase tan pronto como un actor foráneo profundiza en la organización social y política de los araucanos en tiempo de guerra. El católico del Báltico aventura que entonces es dable sospechar cómo fue el hombre 'antes de que la luz divina viniese a alumbrar la razón, a ilustrar el alma y ensanchar su corazón salvaje; descubre infinidad de hechos que afligen e hieren el corazón'. Y lo que para él más pronto resalta es la triste condición a que se halla reducida en aquel 'país' la infortunada mujer19. Ellas-según Domeyko- viven casi enteramente excluidas del trato social; no son admitidas ni en bailes y juegos, ni en 'cualesquiera entretenimientos de hombres: cuando más se les permite verter lágrimas y levantar gritos de dolor en los entierros de sus maridos'. Pero el creyente europeo y aún soltero señor Zegota acota con acierto que aquello no debe admirar a un observador despreocupado, 'pues la condición en que se hallan las mujeres araucanas, la tienen todavía las mujeres en todas partes del mundo en donde la luz del evangelio no ha penetrado. Igual condición tenían en las naciones aun civilizadas antes de la introducción del cristianismo'.

 

Y agrega, más adelante, una significativa declaración de principios propia de su ardiente catolicidad: 'Dificil es creer que un hombre, dotado de alma grande y de corazón noble, pueda vivir sin sentir la necesidad de tributar el debido culto al Supremo Ser en quien tiene fe y en cuyo poderoso apoyo cuenta; imposible que haya estabilidad del dogma, conservación de las antiguas tradiciones y un verdadero progreso moral en un pueblo que no haya tenido hombres destinados a buscar una relación más íntima con lo pasado, con la vida futura y con el que reina en lo infinito'20. Creemos que esta eticidad judeo-cristiana tan arraigada en Domeyko le obnubilaron y limitaron para percibir de un modo objetivo y 'científico' la real escala de valores de un pueblo cuya axiología se basaba -precisamente- en las pretéritas tradiciones y en una cosmología e infinitud de lo natural que conforma al ser humano y su circunstancia doquier él se encuentre en el tiempo y espacio. Recurre incluso al abate Molina para señalar que respecto de los araucanos los españoles erraron al creerlos como 'un residuo de algún gran pueblo ilustrado que debió caer por alguna de aquellas revoluciones físicas y morales a que está también sujeto nuestro globo'21. Ve así el viajero europeo en 1845 una decadencia del pueblo araucano, que puede suscitar dudas según la óptica histórica del enfoque. Su visión pesimista -empleando categorías propias del siglo XIX- la atribuye a faltas cardinales en 'la organización política y moral de esta nación', puesto que tal 'decadencia, aun desde el tiempo en que por sus hazañas y proezas en las guerras contra los españoles, dio a conocer al mundo cristiano tantos héroes que el polvo ha consumido. En efecto, por más que se ponderen la energía, el patriotismo y las virtudes cívicas de esta nación, no se pueden desconocer síntomas tristes en ella, que prueban la degradación del estado araucano desde la conquista'. Y radica él esta 'decadencia' en la falta de unión política y en la extinción de aquella necesidad moral que propende en una nación a centralizar sus fuerzas y su poder, mientras siente en sí la energía y la voluntad de obrar. Concluyendo que 'ya no existen aquellas reuniones en que los jefes de todas las tribus deliberaban sobre el bien de su país y la elección de sus jefes. Han desaparecido los nombres de las pasadas autoridades de toquis y ulmenes. Vendidas o arrendadas las tierras de las fronteras, han cambiado las divisiones políticas del territorio. Toda la nación se halla hoy repartida entre la autoridad de los caciques, cuyo número ha aumentado tanto en los últimos tiempos que hay ahora algunos entre ellos que apenas gobiernan diez o doce familias en su distrito'22.

Luego Domeyko en esta parte de su significativa obra se extiende acerca de la diferenciación de los jefes araucanos sobre la base de la fortuna, sea por herencia, o por haber admitido de parte del gobierno chileno 'recompensas de los servicios prestados a la República en contra de sus hermanos. Hay algunos que son todavía ricos y poseen muchos terrenos, mucho ganado y muchos caballos; otros, por lo contrario, que poco se diferencian de la comunidad del pueblo. Ninguno tiene bastante poder o prestigio para hacer valer su jurisdicción en tiempo de paz y no siempre puede reunir sus vasallos en tiempo de guerra. Sólo un inminente peligro, la invasión del territorio o alguna venganza mortal uniría a los ciudadanos y haría despertar en ellos el espíritu antiguo'. Y concluye este análisis 'socio-político' de su obra con un enunciado premonitorio: 'Empero, no cambia ni se abate de una vez el carácter de un pueblo, aun cuando sus jefes se doblen al imperio del tiempo, de las circunstancias y del egoísmo. Despierta de cuando en cuando en medio de aquella degradación, precursora de la nueva era que se le prepara, la soberbia valentía araucana, sembrando terror y desolación entre los suyos y los vecinos'. Es lo que Isidoro Errázuriz, notorio político liberal de fines del siglo XIX describió en acertado apotegma para todo el pueblo chileno: 'Tiene dormir de marmota y despertar de león'. Para el sabio polaco en la vigilia araucana aparece un pueblo 'con todo su carácter salvaje, como fiera insaciable de sangre y de saqueo. Este mismo indio que, en tiempo de paz, es tan hospitalario, cuerdo, honrado y amante de sus hogares, sale con todo el horror de la naturaleza del hombre poseído de sus pasiones más brutales y bajas, sin que intervenga para refrenarlas ninguna idea noble y grandiosa'23. ¡Quizás por las venas de nuestro mestizo pueblo navegan aún hoy -globalización o mundilización en mayor o menor escala- ciertas caracterizaciones perfiladas del Arauco Indómito por el rebelde exiliado revolucionario polaco de los Filómatas!

Causas que según Domeyko, se oponían a la civilización de los Araucanos. Medios que le parecen más oportunos para su reducción.

Comienza el ilustre polaco esta parte tercera de su obra haciendo una crítica a las autoridades chilenas, las que a pesar de las excelentes condiciones físicas del espacio entre el Bío-Bío y el Toltén, así como del 'verdadero progreso de que con razón se gloría Chile desde la época de su independencia', poco o nada se ha hecho para la civilización y reducción de los indios. Consuma tal análisis afirmando que las guerras 'que por tantos años desolaban sus provincias meridionales, la civilización cristiana, en lugar de continuar extendiendo su propaganda entre los indios, no hacía otra cosa más que buscar entre ellos compañeros de armas para armarlos contra sí misma'24. Y plantea la interrogante: ¿Debería la nación chilena permanecer en esta actitud pasiva respecto de sus hermanos, y limitarse a ostentar aquel aparato de fuerzas cuando su misión es tan elevada, y sus obligaciones la llaman a emprender otra tarea más sagrada y civilizadora? Seguro estoy -afirma Domeyko- que 'no hay un sólo chileno que diga sí'. Reconoce, no obstante, que hay ciertas medidas tomadas por el gobierno nacional en los últimos tiempos para empezar la importante obra. Se congratula que los primeros pasos se hayan dirigido hacia los indios fronterizos del Bío-Bío al Sur y al septentrión del Valdivia; poniendo énfasis en que dichos primeros esfuerzos consistan en restablecer las antiguas misiones, en organizar las autoridades competentes y en asegurar la paz y la tranquilidad a la población cristiana que se halla en contacto con ellas. Clasifica Domeyko en tres los sistemas propuestos hasta entonces para incorporar la Araucanía y sus habitantes a la nación chilena.

 

a. El primero se funda casi exclusivamente en la fuerza, en el terror, en la propagación por las armas. Para los partidarios de este sistema -afirma Domeyko- el indio debido a la naturaleza de su carácter es indomable, enemigo encarnizado de los cristianos, traicionero, feroz, opuesto a todo orden y disciplina, altanero y atrevido. Más el humanista observa 'que estas mismas personas son las que lo han visto y conocido en la guerra, tratándolo a punta de sable e ingeniando arbitrios para exaltar su furor belicoso; y preguntemos, a los que lo saben, si el hombre aun civilizado dista mucho de lo que es una fiera, cuando le tocan el tambor y le hacen sonar la trompeta en el campo de batalla'. Sabia reflexión que finaliza con una apología del indígena:  'Los hombres de este temple no se convencen con las armas: con ellas sólo se exterminan o se envilecen. En ambos casos la reducción sería un crimen cometido a costa de la más preciosa sangre chilena'.

 

b. La segunda opinión para incorporar la Araucanía, frecuentemente escuchada por Domeyko a los hombres de la frontera y 'aun en otras partes a muchos buenos e ilustrados chilenos, es que en realidad la fuerza armada no sirve sino para exasperar a los indios y para causar un atraso muy grande en su civilización'. De allí que estos 'ilustrados chilenos' estiman que a los indios se les debe dejar en paz, 'sin imponerles frailes que son cosas de verdadera intolerancia'. Sostienen los proclives a esta tesis que el 'mejor modo de reducirlos consistiría en tratar de suavizar sus costumbres mediante el comercio y la política'. ¡Mediante el comercio y la política!, protesta irónicamente el intelectual y ferviente cristiano formado en Vilna, ellas no son más que 'dos palabras muy en boga en nuestra época, muy del siglo, como suelen decir los que poco estudian este mismo siglo tan fecundo en acciones y pensamientos grandes. En efecto, ¡qué idea tan seductora es el hacer cesar el ruido de las armas, respetar las creencias (por más torpes y absurdas que sean) e ilustrar, moralizar, suavizar la gente mediante el comercio y la política!'25. Pero a renglón seguido requiere que hay que interiorizarse, 'saber lo que entienden los partidarios de este sistema por las palabras comercio y política'. Refiere que el comercio con los araucanos se circunscribe al que hacen buhoneros o mercachifles sueltos, que con una carga de pacotilla trafican por el territorio de los indios de una casa a otra, cambalacheando con ellos 'añil, chaquira, pañuelos e infinidad de otras frioleras por los ponchos, piñones, bueyes y caballos'. Son escasos los efectos de su producción que los indios pueden ofrecer en intercambio por aquellos objetos de pequeño lujo y comodidad con que los tratan de amansar los negociantes. 'La moneda casi no se conoce todavía entre ellos, y todo el cambalache se hace de un modo tan grosero que la ventaja queda siempre por el más diestro'. Y prosigue Domeyko criticando esta política mercantil de reducción de los araucanos: 'Quisiera preguntar a aquellos tenderos ambulantes, ¿si de veras los consideran capaces de civilizar a los indios y, sobre todo, de amaestrarlos en la moral y la justicia? Quisiera preguntar a los que se entregan a ese pequeño comercio, ¿hasta qué punto se hallan interesados en la civilización de los indígenas, cuya credulidad e ignorancia tanta cuenta les hace explotar sea cual fuere el destino moral del hombre y su estado social?'26. En cuanto a una política hacia el pueblo araucano el viajero polaco es aún más cáustico en la crítica. Espigamos de su obra de 1845 un párrafo que transcribimos en su integridad por lo premonitorio en varios contenidos. Dice: 'Esta expresión viene muchas veces a tener el mismo significado que lo que en el lenguaje del mundo llaman diplomacia, y lo que a veces, en el idioma vulgar, sencillo, claro, no quiere decir otra cosa sino engaño legal o pillería. Insinuarse en el ánimo del indio fomentando en él el amor al lujo y a las comodidades que lo afeminen; lisonjear su amor propio, excitándole a que entre en competencia con sus hermanos, sembrar discordia entre ellos mismos y echar, si se puede, a unos sobre otros para que se destruyan mutuamente o que vayan a solicitar protección a sus vecinos; quitarles sus tierras por una nada, una friolera, y bajo el pretexto de compras o arriendos, irlos arrinconando blanda y suavemente, sin asegurarles ventaja alguna proporcionada a las nuevas adquisiciones de los unos y pérdida de terrenos de los otros; en fin, ir ganando el espacio y manteniendo cuidadosamente la ignorancia y la superstición, procurando sobre todo adormecer la antigua energía y el valor pasado: he aquí lo que muchas veces llaman política y lo que se aconseja poner en práctica, lo que desgraciadamente se practica de cuando en cuando por los pretendidos civilizadores'27.

 

c. Finalmente, Domeyko expone el tercer sistema -muy grato a su ideología- y que despuntaría entre los llamados a pensar y a ocuparse del asunto; esto es un sistema de reducción, fundado en la educación religiosa e intelectual de los indígenas. Supone -a nuestro entender erradamente- que en el segundo quinquenio de la presidencia de Manuel Bulnes ha sido el 'sistema que ha adoptado el supremo gobierno de la república, y único que merece un examen serio y detenido en cuanto a los medios'. En virtud de este sistema, lo que se propone es conservar el vigor y el temple del antiguo carácter araucano, realzando su dignidad moral e intelectual mediante el cristianismo. En realidad, sin este medio ¿qué vínculo firme y durable puede unir la gente indígena con los chilenos? ¿Qué modo de entenderse con ella? ¿Y de qué otro modo se dejaría ella, tan ciega y altanera, arrastrar tras del orgulloso carro de la civilización? ¿Puede haber acaso paz, fraternidad, fusión de intereses y nacionalidades entre pueblos que no adoran al mismo Dios?'28. El ocasional viajero -mundialmente indubitado gran sabio mineralogista- con menos de siete años de estancia en Chile, casi todos ellos en el Norte, y testigo apenas de dos meses de fragmentos territoriales de todo el hábitat araucano del austro chileno, se convierte en catequista de cómo debe el estado nacional 'civilizar' a sus habitantes. Y aquí radica -tal como expusimos al inicio de este ensayo- que Domeyko no obstante su inmensa e innegable formación científica y humanista no puede ser catalogado a través de esta interesantísima 'crónica y registros viajeros', como conocedor de la ciencia etnología aplicada y de un cabal indigenismo del Arauco Indómito. Su obra sobre la Araucanía es de suyo general, valiosísima en la entrega de importantes datos y opiniones personales, de jefes indígenas y de autoridades chilenas de la zona; pero nada más allá de esto puede colegirse como un estudio científico de la Araucanía y sus Habitantes. Por la documentación prospectada estimamos que el propio Domeyko nunca pretendió otros alcances a su importante obra que los expuestos en el parágrafo B. precedente. Este cardinal afán catequístico y evangelizador se sintetiza en el trozo que transcribimos: 'Si no buscamos los principales medios para la civilización indígena en la fe y la luz divina, ¿de qué modo conseguiremos que el indio libre y voluntariamente se desprenda de su vida de serrallo, de sus juntas y borracheras, de sus brujos y adivinos? ¿Con qué motivo renunciaría él a sus leyes de venganza y a su natural derecho de dañar a su enemigo sin reparar en medios ni arbitrios? ¿Y con qué argumentos, promesas o raciocinios se le haría emancipar a sus mujeres, hijos y esclavos?, y mientras existan estas leyes y costumbres, ¿podrá un indio llamarse chileno?29. El sincero polaco se extiende luego largamente, en su obra en comento, sobre la necesidad imperiosa de evangelizar a los araucanos a través de misiones católicas, las que ya comenzaban a florecer entre los pacíficos indios 'huilliches' al Sur y Norte del río Valdivia y que él visitó. Pero, desde otro prisma, resucita así para todo el territorio entre el Bío-Bío y el Toltén el fracasado plan del Siglo XVII del jesuita padre Luis de Valdivia y la 'guerra defensiva', como único medio de 'civilizarlos'. Sobre este tópico nos referiremos más adelante al tratar de las antagónicas opiniones de los círculos intelectuales, políticos, civiles y militares respecto de 'El Plan Domeyko'.

Proposiciones de Domeyko para incorporar La Araucanía

Ignacio Domeyko concluye su somera exploración terrena y literaria de parte de la Araucanía y sus habitantes, teniendo, además, en cuenta sus proposiciones antes expuestas. De allí 'que las principales medidas que se han de recomendar al supremo gobierno deben ser'30:

 

1. En primer lugar, y por sobre otra consideración, 'organizar, del mejor modo posible, la población cristiana limítrofe, proveyéndola de buenos curas, escuelas y gobernantes'. Hemos destacado la clara idea del polaco en cuanto a que las misiones eclesiásticas deben ser consolidadas en las zonas limítrofes, vale decir al sur del Bío-Bío y en ambas márgenes de la cuenca del río Valdivia, Cruces y Calle-Calle. Estima que ello es dable 'conseguirse, en primer lugar, mediante una propaganda de misiones, desempeñadas por un clero enérgico, virtuoso, instruido en el idioma de los indígenas, paciente y trabajador; y, en segundo lugar, mediante una estricta justicia y buenos ejemplos de parte de las autoridades y de los hombres que se pongan en contacto inmediato con los indios'.

 

2. La segunda recomendación de Domeyko al gobierno es buscar en las regiones limítrofes, 'o en otras partes de la república, hombres honrados, sobrios, desinteresados y valientes, para proponerlos al mando de las capitanías de indios, dotándolos con buenos sueldos y buenas instrucciones'31. Asevera que el viajero que visite Concepción y los pueblos fronterizos de Arauco encontrará 'que hay entre los cristianos de la frontera hombres mil veces peores que los indios, y que inspira más confianza la palabra de éstos que la escritura de un cristiano'.

Conjugando ambas proposiciones, estima Domeyko, que se principiaría una campaña 'larga, justa y pacífica, en la cual, mientras los misioneros y los escogidos capitanes de indios con sus respectivos jefes formasen la vanguardia y el único cuerpo armado organizado entre la población fronteriza las milicias sirvieran para tener en respeto a los reducidos y a los que quedasen por reducir'. En buenas cuentas el sabio del Báltico no es partidario que el ejército profesional de línea tome a su cargo esta misión armada, sino unas milicias de ciudadanos fronterizos, que pueden ser criollos o mestizos.

En cuanto al asunto de los curas y en particular sobre la escasez de iglesias y buenos sacerdotes en la frontera de los indios, Domeyko expresa que ha sido preocupación de las autoridades las que han adoptado medidas de importancia; como -por ejemplo- 'se han exigido exámenes de los curas y se han hecho indagaciones sobre su conducta y celo'. Señala -no obstante- que en toda la población cristiana litoral que se extiende desde San Pedro sobre el Bío-Bío hasta Tucapel Viejo, es decir, en una extensión de 35 leguas, 'no ha habido hasta ahora más que un cura y un misionero en la Plaza de Arauco y un cura en Colcura. Con una misión recién establecida en Tucapel y un curato que quedaría por establecerse en la boca del río Lebu, avanzaría mucho la civilización moral de aquella parte'32.

Prosigue con detalladas consideraciones acerca de este tema tan relevante para él, resaltando la falta de clérigos en enclaves como Santa Bárbara, Los Ángeles, Nacimiento y Antuco. Por el contrario, estima que en un estado más aventajado a este respecto se halla la población de la frontera meridional del territorio indígena, que pertenece a la provincia de Valdivia [huilliches], pues allí hay establecidas 'desde muchos años en esta provincia las misiones, han suplido en parte la falta de los curatos. Una población india que no baja de cuatro a cinco mil almas, reducida y casi toda ganada al cristianismo se ve allí repartida y mezclada con la gente blanca, sometida a las mismas leyes y, con poca diferencia, al mismo común régimen administrativo'.

Por último, afirma que es necesario extender estas misiones a la 'desgraciada Imperial, que es el corazón de la nación india, el lugar a donde las misiones del norte darán la mano a las del sur, que simultáneamente hubiesen avanzado ocupando los importantes puntos de Villarrica, Maquegua, Boroa y Cholchol'33. Insiste que los misioneros deben adiestrase en el dominio del idioma araucano, imitando a los antiguos misioneros españoles; pero propone traer de Europa algunos misioneros de 'aquellos colegios de propaganda de Lyón y de París, que todos los años suministran tantos sabios y valientes varones a las misiones de Cochinchina, de las Indias Orientales, de las Islas del Pacífico, etc.'34. No aprecia aquí Domeyko, quizás por su idealismo y afán evangelizador, el interés potencial de Francia por estos territorios. No se puede olvidar que la posterior penetración de las potencias europeas en África-en particular los británicos- tuvo, al decir de Cecil Rhodes, primero el misionero, luego el comerciante y al final la bandera de la Union Jack.

 

3. Discurre posteriormente Domeyko sobre la acción gubernativa y el régimen interior especial que convendría establecer en aquella parte del territorio, dentro del cual habrá de operar el teatro de su postulada 'campaña evangelizadora'.

Al efecto consiga acertadamente que 'siendo las relaciones entre los indios que están por reducirse y los cristianos muy distintas de las que existen entre los ciudadanos de una nación civilizada, es justo que también el gobierno interior, la administración y las leyes a que se sometan dichos indios, sean por ahora de distinto orden de lo que se pone en práctica en las demás partes de Chile. Este orden de cosas sería interino, aplicable a las circunstancias y necesidades del tiempo'. No obstante reafirma la soberanía y jurisdicción del Estado Chileno, en virtud de que 'para toda acción enérgica, pronta y eficaz, lo que se requiere más es la unidad del poder y la sencillez de los medios, conviene que toda la obra de la reducción de los indios, como también todo el país comprendido entre los ríos de Bío-Bío y Cruces, compuesto de las nuevas reducciones de indios, y aun los pueblos de la frontera, se pongan bajo el mando de un solo jefe militar y civil, que sea al mismo tiempo comandante de las milicias de la frontera, jefe de las guarniciones y comisario general de indios. Este jefe, que a más de tener conocimiento del país y de poseer otras cualidades que exige un puesto tan elevado e importante, debería ser un verdadero creyente, celoso por la civilización moral y religiosa de los indígenas y debería tratar de entenderse directamente con el jefe de las misiones y mantener con él, en la mejor armonía, las relaciones más estrechas'35.

Tal parámetro fue el que adoptó, en líneas generales, el gobierno chileno siguiendo el plan de avance la frontera delineado por el coronel e Intendente de Arauco Cornelio Saavedra y puesto en práctica en la década de 1860 en adelante, pero que se diferenciaba radicalmente en otros aspectos con el de Domeyko. El primitivo plan de Saavedra de 1859 basado en la substitución del araucano por 'el chileno civilizado' fue rechazado por el ministro Antonio Varas, seguramente con el asentimiento del presidente Montt. Pero el renovado de 1860 fue aceptado en tres puntos por el nuevo presidente José Joaquín Pérez:  1° Avanzar la línea de frontera hasta el Malleco, a fin de que los colonos quedaran atrás de los fuertes y no delante de ellos, como por una aberración, secular se venía haciendo; 2° La subdivisión y venta de los terrenos del Estado comprendidos entre el Bío-Bío y el Malleco, a fin de que los pobladores civilizados dominaran a los araucanos que no se desplazaran hacia el sur, y ayudaran a contener las incursiones de las tribus cordilleranas; y 3° La colonización, de los suelos más adecuados para ello por su calidad y su fácil defensa, con elementos nacionales y extranjeros36.

La estrategia definitiva chilena de incorporación de la Araucanía hizo caso omiso de la recomendación de Domeyko en orden a que este jefe supremo regional 'gobernaría en las reducciones mediante los misioneros y los capitanes de indios'. Más aún el informe del polaco llega a sostener que 'en cada reducción, o en cada dos o tres reducciones, debe haber un misionero y un capitán de indios: dos autoridades que hallándose de acuerdo una con otra, servirían al mismo tiempo de jueces del lugar. Sólo en caso de haber entre ellos divergencia de opiniones (se entiende en materias de pleitos y disensiones entre los indios) acudirían al jefe civil y militar para remediar el mal lo más pronto posible'37. Era, en otras palabras, alienar parte de la soberanía política y civil central en miembros del clero y caudillos mestizos locales.

Pero Domeyko insiste categóricamente en 'la necesidad y suma importancia que hay en que la autoridad civil trate de guardar siempre la mejor armonía con los misioneros y los auxilie cooperando, en cuanto sea posible, a la obra de la propaganda con una fe y convicción sincera y no por cálculo o consideraciones de política. Por culpa de la des-armonía que las más veces proviene, según entiendo, de la falta de caridad y de la mencionada fe, años enteros de trabajo se pierden con una sola medida desacertada, sea cual fuere su origen'38.

Pero hay un punto en la relación domeykana que es muy adecuada en cuanto a la solución de contiendas judiciales o extrajudiciales -que desafortunadamente no se aplicó en el plan definitivo del gobierno, y acarreó por muchísimos años graves conflictos en las tierras en cuestión-, pues el polaco partía de una premisa acertada: 'Es menester distinguir entre los indios que permanecen en el estado de una independencia completa, de los que ya se hallan medio reducidos o acostumbrados a someterse de cuando en cuando a las disposiciones de los capitanes de indios, del misionero o del comisario. Ahora existe, y desde mucho tiempo ha existido entre estos últimos indios, la costumbre que en caso de alguna desavenencia entre ellos, de algún robo o de alguna muerte, pelea o disputa, van primero a sus respectivos caciques, los que fallan y les imponen la obligación de conformarse con la sentencia. De estas sentencias, cuando no quieren conformarse con ellas, apelan los indios al misionero o a los capitanes, y después todavía les queda el recurso de acudir al comisario. Esta costumbre, admitida en la mayoría de las reducciones de la frontera, indicaría -al modo de ver de Domeyko- el mejor sistema para un arreglo interino de la jurisdicción en todo el territorio indio no incorporado a la Nación, sin necesidad de recurrir a la autoridad de los subdelegados y jueces ordinarios. Así para él el misionero y el capitán de indios podrían ser los únicos jueces en la sociedad naciente de aquel pueblo y sus fallos, en materias civiles y criminales, deberían ser revisados sólo por el jefe civil y militar de aquel territorio, evitando, cuanto sea posible, las tramitaciones y demoras que puedan perjudicar a los litigantes y dar motivo y pábulo al engaño'39. La propuesta de Domeyko se avenía con la tradición araucana y con lo que más adelante en el siglo XIX se llamarán en todo el territorio nacional 'jueces de paz o de barrios en ciudades', institución que pienso no estaría de más reinstalarla en el siglo XXI.

 

4. Más adelante Domeyko se aboca a un importante y vital asunto: ¿Cuál debiera ser el modo más adecuado para adquirir y poblar los terrenos pertenecientes a los indios?

a. Asevera que nadie ignora que uno de los modos más eficaces para avanzar la civilización entre los indios, consiste en ir adquiriendo 'terrenos incultos que, sin destino alguno para ellos, al paso que no les ofrecen la más pequeña utilidad, podrían quedar siglos enteros en sus manos sin que llenasen para con la humanidad el objeto a que han sido destinados por la Providencia. ¿Qué cosa hay, por otra parte, más racional que el tratar de poblar los terrenos desiertos que por su fertilidad y situación prometen grandes ventajas? Pero -acota el sabio-, 'no olvidemos que estos terrenos tienen propietarios, hijos de los dueños que los poseían desde tiempos inmemoriales, y que, por lo mismo, estos terrenos han de ponerse bajo la garantía de las leyes llamadas a plantear la civilización en aquel suelo. De allí, me parece, viene la necesidad de someter las compras de los indicados terrenos a un arreglo fijo, el más justo posible, y sentar todo trato con los indígenas en el pie de una igualdad racional'.

Dos aspectos sobre esta materia deben llamar específicamente la atención de las autoridades: el precio y los límites. El precio debería resultar de libre convenio entre los propietarios y los compradores, y ninguna compra habría de hacerse sin participación de las autoridades, tratando, si fuese posible, de que se verificase la tasación del terreno a tanto por cada cuadra y no de un modo vago e incierto como había sucedido. 'Cerrado el trato, se han de fijar los límites del terreno vendido por un hombre inteligente, un agrimensor, delegado para este efecto por el mismo jefe o comandante. Convendría -según Domeyko- que el gobierno mismo interviniese en estas compras de tal modo que él de su cuenta fuese comprador de los terrenos y los vendiese al contado o los repartiese según creyere más conveniente, como lo hace -si no me equivoco, presume el polaco- el gobierno de los Estados Unidos en la compra de los terrenos abandonados por los indios. Tengo solamente que agregar algunas observaciones a este asunto'40.

De todos es sabido, en nuestros días presentes, el despojo de que fueron víctimas los terrenos propiedad de los araucanos, ¡Quizá si se hubiese seguido al idealista sabio polaco en este punto no hubiese habido tanto oprobio en dichas adquisiciones!

b. Otro punto previsor de Domeyko en relación con la propiedad de la tierra allí, es ser decidido contrario a la existencia de grandes latifundios, que fue -en definitiva- lo que operó en gran parte de 'La Frontera' en los siglos XIX y XX. Así para él 'el mayor interés para Chile que todos los terrenos de que pudieran desprenderse por ahora los indios, se poblasen lo más pronto posible con gente cristiana, trabajadora, capaz de defender las fronteras contra cualquier alzamiento de aquéllos. Sería, a mi modo de ver, cosa muy perjudicial para la república que se formasen desde luego en las fronteras del territorio indio y en medio de las nuevas reducciones, haciendas de mucha extensión, pertenecientes a uno solo o a unos pocos individuos. Todo el esfuerzo del gobierno, en vez de proteger la aglomeración de estos terrenos, debe dirigirse a que se formen propiedades numerosas, pequeñas, habitadas cada una por su dueño que las cuide, cultive y saque de ellas toda la ventaja de que sean susceptibles. En efecto, veamos qué cosa son las haciendas que ya se forman en algunas partes de la frontera y que con el tiempo irán tomando probablemente un incremento desmesurado si no se toman antes precauciones para remediar el mal en su principio. Estas haciendas no son otra cosa más que unos grandes potreros regados por la naturaleza, destinados para la crianza de los animales. Unos tres o cuatro vaqueros, abrigados en otras tantas miserables chozas, están allí para cuidar quinientas o mil vacas, únicos habitantes de un hermoso desierto, de donde huirá el pobre trabajador ya por no ponerse bajo la dependencia del rico hacendado, ya por que no se le permite tampoco establecerse adentro, por causa de que no haría cuenta al propietario tener inquilinos en aquel lugar adonde el trabajo cuesta más que el terreno. ¿Cuál sería, por consiguiente, el resultado que con el tiempo producirían dichas haciendas, colocadas unas al lado de otras? La única ventaja que sacaría de ellas el Estado, sería que, por fuerza, tendría que mantener guarniciones en ellas, para defender a unos pocos ricos que habrían descubierto el indio de apropiarse un terreno feraz y cultivable para poblarlo con animales. Es por consiguiente justo y necesario que el Estado fije el máximo del terreno que un individuo o una familia puede poseer en la frontera y en la parte del territorio indio que se vaya poblando. Sé que estas disposiciones, por más que se vele en su observancia, no estarán exentas de fraude, y que sería difícil impedir que en casos extraordinarios se eluda la ley. Sin embargo, una prohibición de comprar y poseer terrenos de mayor extensión que los que indicare la ley, ejercería indudablemente una saludable influencia en aquel país, y serviría para refrenar la codicia y el interés personal de los empresarios'41.

c. En tercer lugar, Domeyko es partidario de otorgar franquicias tributarias a los nuevos pobladores para su mayor seguridad y sosiego, y más trabajo que en cualquiera otra parte de la república, y debiendo resultar al Estado inmensas ventajas de la mezcla de las poblaciones cristianas con las indígenas, 'es igualmente justo que se exima a aquéllas por un tiempo indefinido, o por un cierto número de años, de toda clase de imposiciones y diezmos, como se hallan hasta ahora eximidos y libres de todo gravamen los indios reducidos de la provincia de Valdivia. La única obligación que se les impondría, sería la de formar cuerpos de milicias destinados a mantener la paz y seguridad del país42.

d. En cuarta instancia, propugna la adquisición de terrenos al interior de las propiedades indígenas, ello por una costumbre que observaban los indios que cuando vendían o arrendaban sus terrenos a los cristianos, 'casi toda la población indígena se retiraba adentro a medida que los cristianos se iban estableciendo en el territorio cedido. Con este motivo la adquisición de los terrenos se hacía cada día más difícil, y la población de la frontera de menos influjo en la civilización del interior del país. Creo, pues, que sería muy ventajoso para Chile si, mediante el influjo de las autoridades y de los hombres relacionados con los indios, se pudiesen comprar terrenos en medio de las propiedades de los indios sin que éstos se moviesen de sus antiguas posesiones que habitan actualmente'43.

e. A continuación le parece oportuno y útil al exiliado polaco favorecer con terrenos comprados a los araucanos a miembros retirados del ejército, idea que en varias ocasiones escuchó a chilenos; ello si el gobierno, consultando la economía, la justicia y la seguridad del país, pudiese realizar. El Estado premiaría así los servicios y el buen comportamiento de dichos ex militares. Pero con su experiencia de Europa es tajante en señalar que 'no quiero confundir esta idea con la de las colonias militares, tomadas en el sentido que se les da en las partes orientales de Europa, en donde se hallan puestas en práctica desde más de treinta años. Esta institución, siendo incompatible con el régimen republicano de Chile, sería expuesta a incalculables males y abusos. No hablo del proyecto de colonizar a los militares en batallones y compañías; no hablo de ninguna clase de colonias. Lo que quiero proponer es que, atendiendo a la buena comportación , la honradez y lealtad de los mejores soldados veteranos, se escoja entre ellos los más aparentes para dar a cada uno, en premio de cierto número de años de servicio, una propiedad de tantas cuadras de terreno, con herramientas y las cosas más necesarias para el establecimiento de un agricultor'44.

f. Por último Domeyko entra a analizar otro importante tema relativo a la colonización: aquel relacionado con los elementos extranjeros requeridos para inmigrar y establecerse en la Araucanía.

Estima al respecto que en el espacio araucano no fronterizo tal medida no es aplicable por no ser tierras del Estado, en particular en el territorio que se extiende desde la embocadura del río Imperial hasta la arruinada ciudad del mismo nombre, pues esta fértil región carece de puerto, y es 'guardada al sur y al norte por dos montañas de dificil acceso y cubierta por el lado del este con toda la población india de los llanos'. De allí que esta configuración geográfica ha hecho que los indios de La Imperial, aunque 'de genio quieto y afable, y todos agricultores, nunca han querido admitir en su seno misioneros ni capitanes de indios, y en general son muy desconfiados, suspicaces y celosos de su independencia. Ellos quedarán en paz y tranquilos, mientras se respete su tranquilidad; pero, tan pronto como vieran a los extranjeros establecerse en su territorio, empezarían las hostilidades, las que serían probablemente auxiliadas por todas las indiadas de Boroa, Cholchol, Purén, etc. Me parece que antes que llegue el caso de pensar en el rescate de la antigua Imperial, sería menester tener medio reducidos los llanos de Angol y de Purén, y asegurado el país por el lado de Tucapel y de Tirúa'45.

Pero distinta es su evaluación respecto de la provincia vecina más al sur -Valdivia- con terrenos inmensos pertenecientes al Estado, 'tan desiertos como los dos polos del globo terrestre y no menos fértiles y feraces que los del Imperial', pues allí abundan selvas y montañas cuya lozanía convida al colono y su industria. 'La mayor parte de la costa de esta provincia desde Queule hasta la desembocadura del Maullín y a la distancia de diez a doce leguas de mar a cordillera, como también la mayor parte del llano intermedio, ofrecen un campo vasto para la colonización. La mayor parte de terrenos son de propiedad fiscal, aunque nadie conoce su extensión ni su inmenso valor. Colocados los colonos a gran distancia de las indiadas independientes y protegidos por la población cristiana que se extiende por todos los confluentes de Valdivia y por los llanos de Valdivia hasta Osorno, tendrían asegurada la paz y la tranquilidad que es lo que más apetece el agricultor'. Además el clima, aunque la abundancia de lluvias lo desacredite en el concepto de los habitantes del norte, es -según Domeyko en 1845- el que de todas las provincias de Chile que más se asemeja a la meteorología de la parte septentrional de Europa.

Y prosigue anticipando el éxito de la posterior colonización alemana que 'por esta misma razón creo que allí nunca podría avanzar la agricultura mientras no se introduzcan métodos europeos para reemplazar los que se observan actualmente en imitación de los agricultores del norte'. Con estos métodos no se refiere Domeyko a los métodos científicos, 'de modelos y escuelas de agricultura muy perfeccionados, o que pidan auxilio de máquinas y de hombres de mucha instrucción: hablo aquí de los métodos prácticos y más generalizados entre la clase trabajadora en toda la Europa, relativos al cultivo y abono de las tierras, al modo de cosechar y guardar las cosechas, al arreglo de los trabajos durante el invierno, al modo de edificar las casas y, sobre todo, a lo que comprende la economía doméstica y la vida interior de un agricultor'. De allí que para el exiliado del Báltico no es un conocimiento libresco, 'ni de escuelas y sociedades, sino mediante los ejemplos de unos centenares de familias honradas y trabajadoras que viniesen de las partes mejor pobladas de Europa'.

Remata estas ideas afirmando una proposición de suyo discutible desde el punto de vista metereológico y ambiental, al afirmar que 'uno de los efectos más benéficos que pudieran resultar de la colonización de aquellas selvas y montañas, consistiría en la mejora del clima de toda la provincia de Valdivia, mejora que se debería al corte de los árboles y al cultivo de los terrenos que hasta ahora no hacen otra cosa más que atraer y conservar la humedad y exhalar miasmas maléficos. Mucho más ingratos que el temperamento de Valdivia habían sido los de la antigua Galia y Germanía en tiempo de los romanos, y cuando inmensos bosques y pantanos cubrían una gran parte del centro de Europa. Aún se nota que en el estado actual de la provincia de Valdivia, su parte central compuesta de departamentos de La Unión y de Osorno, la única parte algo poblada, cultivada y libre de las espesas selvas que la rodean, es la que hoy goza de mejor clima, más templado y mucho menos lluvioso que el de la montañosa costa de la misma provincia'46.

En nota al pie de página de las ideas precedentes, vuelve a presentarse el Domeyko con su apasionado catolicismo. Consigna que tal colonización de la provincia de Valdivia debió hacerse con europeos de esa religión y no otra. En efecto, reconoce el celo y actividad del gobierno respecto del 'proyecto presentado por el señor [Bernardo] Philippi, establecido -según Domeyko- actualmente en el departamento de Osorno y tan celoso por el bien de su adoptiva patria'. E irrumpe textualmente el intolerante sabio polaco: 'Este proyecto que se refiere a hacer traer de la parte católica de Alemania unas doscientas familias y a establecerlas, ya sea en unos terrenos situados en el llano intermedio frente de Osorno, ya en alguna parte más a la costa entre Valdivia y Chiloé, proyecto tiene dos importantes ventajas promisorias al país: la primera resultaría del aumento de población y del cultivo de aquellos terrenos desiertos; la segunda (todavía más importante que la primera) consistiría en aquel influjo benéfico que los colonos alemanes, tan conocidos por su laboriosidad, sobriedad y moral, ejercerían indudablemente sobre una gente tan descuidada, perezosa y llena de vicios como la que habita los campos de la citada provincia'47.

Ignacio Domeyko no sentía gran simpatía -de lo expuesto en la nota precedente- por el agente de colonización de Chile en Alemania, Bernardo Eunom Philippi, quien como buen prusiano era luterano y las familias alemanas traídas por él a Chile eran de esa confesión. Fue nombrado gobernador de Magallanes y asesinado por los indios patagones en 1852, y el gran polaco no le rindió homenaje alguno, a pesar de haberlo conocido personalmente en su visita a Valdivia en enero de 1845 y confesarse 'amigo de su hermano -y también luterano- el naturalista Rodolfo Amado Philippi'48.

Al escribir Domeyko, varias décadas después, sus Memorias intituladas Mis Viajes señala que en 1850 fue nombrado miembro de la Comisión Colonizadora junto al ministro Manuel Antonio Tocornal y al rector Andrés Bello; ellos redactaron 'para el agente que debía traer a los colonos europeos, una instrucción, cuyo punto principal preveía traer únicamente a doscientas familias católicas desde Alemania, incluyendo un sacerdote y un maestro para sus hijos. Se prometió dar a los colonos tierras y toda clase de ayuda. Lamentablemente, se designó como agente que debía viajar a Europa a un prusiano, quien parecía merecer toda la confianza del gobierno, pero procedió en contra de las instrucciones que se le dieron, pues en vez de católicos, trajo consigo casi exclusivamente a protestantes. Poco tiempo después se efectuó un nuevo cambio ministerial, ocupando la cartera de asuntos interiores Antonio Varas, quien aprobó lo hecho por aquel prusiano y lo envió, en premio de sus méritos, como gobernador al asentamiento chileno en Punta Arenas, donde lo mataron los patagones. Yo tuve, con motivo del asunto de la colonización, un nuevo encontronazo con don Antonio.

Teniendo a mi cargo la correspondencia en alemán con aquel agente, di cuenta de ella en un informe que fue publicado bajo el título Memoria sobre la colonización en Chile'49.

 

5. Se puede considerar como un acápite aparte el enfoque que da Domeyko al comercio y a la industria, apreciados como medios civilizadores de los araucanos.

Nadie ignora, nos dice, el pronto y saludable efecto que producen esos medios en la civilización de los pueblos salvajes, aprovechándoles de poderoso aliciente e indicándoles ventajas materiales. 'Se trata sólo de saber de qué modo se han de introducir estos medios, para que en su primer plantío concurran a la educación moral del indio'.

Los males e inconvenientes que se han notado en estos últimos tiempos -afirma Domeyko- como resultado que ciertos individuos, 'con motivo de venta o de cambalache de efectos, viajaban entre los indios, abusando de la ignorancia y predisponiéndolos en contra de los misioneros y de las autoridades'. Pero, obviamente, estima que 'sería sin duda injusto, y por lo mismo impolítico, impedir enteramente a los comerciantes la entrada que se les tolera, cortando de un modo brusco y absoluto todas las relaciones entre los pueblos cultos y salvajes. Tampoco no sería fácil obligar a los indios a que se acostumbrasen a visitar las ciudades fronterizas para surtirse de objetos que en ellas pudieran cambiar por los productos de sus tierras y de su poca industria'50.

Para el exiliado del Báltico el medio más eficiente para superar tales inconvenientes es el que escuchó proponer a hombres prácticos y conocedores de aquel país. 'Consistiría en tratar de establecer despachos o pequeñas tiendas en cada misión al lado de las casas del misionero y del capitán de indios, dando permiso, para que establezcan este negocio, a los hombres conocidos, honrados y procurando impedir que lo hiciesen de su cuenta los de mala fama y de conducta sospechosa. Estos hombres, colocados bajo la inmediata inspección de las autoridades, se abstendrían de sembrar odios e intrigas entre los indios y no podrían engañarlos impunemente ni perjudicarles con la misma facilidad que lo hacen los comerciantes ambulantes'.

En lo que respecta a la industria a adoptar e introducir nuevas herramientas en el ecúmene araucano, concluye Domeyko que es 'una de las obligaciones de los hombres a cuyo cargo se confíe esta obra de la civilización de Arauco', pues se han de 'buscar medios para introducir todos los ramos de aquella pequeña industria de que vive y se sostiene la gente del campo en diversas partes de la República. Sería útil, para esto, el observar y estudiar la vida doméstica de dicha gente y tratar de proporcionar a los indios todo lo que en ella se encuentre de uso fácil y cómodo tanto en las herramientas y los útiles más ordinarios, como en los trabajos y operaciones más sencillos del campo'.

Conclusiones finales y complementos del informe de Ignacio Domeyko

Domeyko hace presente profesión de humildad, en orden a que confiesa que 'no ignora que infinidad de otros asuntos relativos al mismo objeto se deberían examinar, para sentar los principios fundamentales que hubiesen de servir de base a un reglamento general para la civilización y reducción de los araucanos. No tengo la pretensión de creerme en aptitud de profundizar esta materia, faltándome datos prácticos y un conocimiento exacto del país. Quiero solamente dedicar algunos renglones al asunto de la formación de los fuertes y poblaciones en el territorio indio, como también ocuparme algún tanto de los medios de poblar de nuevo las antiguas ciudades, y agitar una cuestión qué tanto ha preocupado al público en estos últimos tiempos'51.

 

Preferimos ceder la palabra al insigne ilustrado en estas apreciaciones finales -que estimamos resumen adecuadamente su experiencia de dos meses, del año1845, en su fugaz travesía por el Arauco Indómito-, en lo referente a la incorporación de esas tierras y seres humanos:

'El objeto es sin duda grave e imponente, y se presta mucho a la imaginación y al celo de los que quieran llevarlo adelante. ¡Qué cosa, en efecto, más grande gloriosa que el fundar ciudades, delinear calles y espaciosas plazas para poblaciones, trazar y levantar fuertes! Pero tengamos presente que este lujo y aparato de la actividad del poder, ha sido con harta frecuencia funesto a la humanidad, y que ha echado a perder las mejores obras y las acciones más respetables del hombre. Admitido una vez el principio de que la reducción de los indios ha de consistir en su unión en una misma familia con los chilenos, mediante una civilización moral y religiosa, y no una conquista, creo que en toda esta obra se debe evitar lo que pudiera sin necesidad despertar los celos y temores del indígena y suscitar la guerra.

 

Fácil es prever que, al levantar algún fuerte entre ellos, bastaría este hecho para hacerles recordar antiguos odios y temores; se alarmarían, se alzarían frustrando de una vez cuantas ventajas se hubieran sacado mediante la propaganda y una conducta justa y moderada de parte de los chilenos. No me parece tampoco que haya necesidad absoluta de tener fuertes en el interior del territorio araucano, manteniendo en buen estado los que existen actualmente en la frontera para almacenes de víveres y pertrechos de guerra. La principal fuerza destinada a imponer respeto, a proteger a las misiones y las autoridades y a amparar a los nuevos pobladores, como también a escarmentar el pillaje y la barbarie, consistirá siempre en una milicia bien organizada en las fronteras, sostenida por una pequeña guarnición veterana; y los verdaderos fuertes en el interior serán las misiones e iglesias que, con el favor de Dios, el Estado irá levantando a medida que avance la obra.

 

Tampoco me parece prudente y necesario el apresurarse en fundar entre los indios que se vayan civilizando, villas y poblaciones a la manera de los antiguos conquistadores. Es notorio que los indios temen y aborrecen las poblaciones o toda especie de aldeas, villas y ciudades. En toda la Araucanía no he visto dos casas de indios edificadas una al lado de otra; todas se hallan separadas entre sí por bosques y cerrillos de tal modo que de la puerta de la una no se divisa la del vecino, aun cuando hubiese dos habitaciones vecinas una del padre y otra del hijo o del hermano.

 

Ese odio a las poblaciones que se nota en ellos proviene del hábito que es común a todos los pueblos salvajes, en parte al carácter natural de los araucanos, que es poco sociable, algo melancólico, triste y pensativo, en parte a la reminiscencia de los tiempos en que una aldea, villa o ciudad eran para ellos símbolos de la conquista, de la reducción la esclavitud.

¡Cuánto más odio, alarma y horror no suscitaría en ellos un celo inmoderado de parte de los que quisiesen poblar desde luego aquellas mismas ciudades, de cuyas ruinas se vanaglorian los indios como de trofeos más augustos de sus antepasados!

Es menester evitar que ellos confundan a los hermanos, que tratan de incorporarlos en su familia, con la memoria de los antiguos conquistadores. Sería más fácil conquistar de una vez todo el territorio indio, exterminando una gran parte de sus habitantes que rescatar, como se ha dicho, la Imperial y Villarrica. Basta echar una mirada en el mapa y ver la situación de las dos ciudades para convencerse de verdad.

Es, por consiguiente, justo y prudente respetar ahora en los indios aquel odio natural a las poblaciones y renunciar a la noble vanidad de fundar ciudades, habiendo más gloria y mérito en la introducción de la verdad cristiana y de la moral evangélica en un pueblo salvaje, que en todas las conquistas y fundaciones de capitales.

 

Se podría, a mi modo de ver, imitar en esto el modo como se han formado las más poblaciones cristianas en Europa; o mejor diré, que se debería, por ahora, dejar esa obra de fundar las poblaciones al orden más natural de las cosas y al desarrollo progresivo de la civilización en aquel país. Este orden es el siguiente. Se levanta primero la iglesia y la casa del sacerdote; al lado de ellas se hace la habitación del juez o del capitán; vendrá después la del comerciante, su tienda y el despacho. Mejorándose el bienestar de los vecinos más inmediatos, a este primer cimiento de la sociabilidad naciente se arrimará otro grupo de negociantes, movido por el interés de entrar en competencia con el primero, y poco después no tardará en llegar algún artesano, medio-herrero, o medio-carpintero, a los que irán después aproximándose los mismos agricultores con sus chacras y sementeras.

 

De este modo se formará por sí sola una pequeña aldea, parecida a la de Colcura, Antuco, etc. ¿Qué importa a la moral o a la civilización del pueblo que sus calles sean derechas o sinuosas, anchas o angostas, y que concurran a una plaza simétrica y espaciosa? ¡Ojalá vieran los que admiran la simetría y lo vistoso de las ciudades españolas en América, las más de las antiguas ciudades de Alemania, los barrios más poblados del centro de París y la famosa city de Londres! Más de cien mil trabajadores sepultaron, en la fundación de la muy hermosa y simétrica Petersburgo, el bárbaro civilizador de los rusos' [Pedro el Grande]52.

Al terminar sus apuntes y recuerdos del viaje, así como las muchas conversaciones que Domeyko mantuvo con vecinos criollos, mestizos, caciques e indígenas en general de la parte del sur de Chile por él prospectadas, va a agregar unas pocas palabras más como reflexiones, resumen y complemento de su escrito. Nos lega:

 

1º.  'Parece que el día de la emancipación de la América meridional, complacida la Providencia con este tan fausto como glorioso acontecimiento, dejó a cada una de sus repúblicas un hijo de sangre no mezclada, indígena, para que lo criase con el amor de una madre y lo educase en los principios de la única y verdadera moral que es la religión de nuestros padres. Para poner a prueba la paciencia de estas buenas madres, consintió que no fuesen sus hijos del todo buenos, y aun que no les tuviesen todo el respeto debido, ni las confianzas en las palabras que ellas les dirigiesen: pero dotó a estos hijos del valor y les dio un alma susceptible de impresiones fuertes y de poderosas creencias.

Con ese fin recibió la más relacionada con el antiguo continente, la República del Plata, al rebelde hijo de las Pampas y a su cruel hermano el Gran Chaco y de los feraces llanos de Santa Fe; al cuidado de las cultas y opulentas repúblicas del Alto y Bajo Perú quedó el morador de las impenetrables selvas de Manaos [Domeyko dice 'Manías'] y el flechero de las pampas del Sacramento; a la esforzada y heroica, bañada en la sangre de sus patriotas, Venezuela, les dio al indomable jinete de las sabanas del Orinoco, descendiente de los Caribes, y al pensativo Guarauno, que anidado en sus aéreas casas, en la cima de la gigantesca palma mauricia, debe su libertad al fangoso y movedizo suelo que habita.

En esa providencial herencia cupo la suerte a la más juiciosa, la que en toda su guerra de emancipación supo conciliar el valor del buen patriota con la moderación del campeón generoso, a la que salió victoriosa sin manchas de crueldad y de sanguinarias venganzas, que recibiera a su cargo al más noble y valiente hijo, al que más sangre costó a los conquistadores y más sacrificios a la poderosa España'. Obviamente Domeyko se está refiriendo aquí a la embrionaria Nación Chilena y al Arauco nunca dominado.

 

2º.  'De la educación pues moral y religiosa, de la cultura del antiguo carácter araucano y de su porvenir glorioso se debe tratar en la reducción de estos indios, y no de su conquista. La República tiene sobrado poder, fuerza y medios para contener al mencionado hijo sin recurrir al rigor y a la severidad de una mala madre, bastantes hombres de probidad a quienes confiar esa meritoria obra. Allí está el hermoso campo en que ejercitará sus virtudes y su religioso celo el sacerdote chileno; allí tendrán el hombre de Estado el más noble objeto para sus meditaciones y desvelos, el soldado ocasiones bellas para ensayar su valor cívico y su patriotismo y la juventud chilena un espacio inmenso para sus más nobles inspiraciones'. '¡Dios quiera que ninguna sombra de egoísmo, o de falsa e hipócrita política venga a oscurecer aquel horizonte verde, sembrado de flores, embalsamado con la fragancia de las inmensas selvas y praderías!'53.

Con tan bella, utópica, sentimental e idealista frase concluye Ignacio Domeyko Ancuta su obra Araucanía y sus habitantes.

Críticas coetáneas y una visión actual de las sugerencias de Domeyko

Aquí sólo nos remitiremos a las principales evaluaciones que notables hombres públicos de su tiempo practicaron a las idealistas y moralistas proposiciones del sabio polaco de cómo reducir a los araucanos a 'la civilización cristiana'. Andrés Bello, recién salida a luz la primera edición de la Araucanía, publicó en el periódico El Araucano una serie de artículos, del que espigamos los párrafos más decidores sobre el asunto en cuestión: 'No nos proponemos -consigna Bello- hacer aquí un elogio de esta obra.  Ni ella ni el autor necesitan de nuestras pobres alabanzas, para recomendarse a la atención de Chile y de todo el mundo literario. Pero el aparecimiento de la Araucanía es un fenómeno tan importante en nuestra historia literaria, y el asunto es de tan alto interés para nuestra República, para la civilización y la humanidad en general, que no podemos dejar de darle el lugar correspondiente aún en nuestras oscuras columnas'. No obstante en números posteriores señala, después de largas reflexiones, 'que el medio propuesto por Domeyko para alcanzar la civilización de los araucanos sería en mi concepción ineficaz y aún irrealizable'. Resume Bello su opinión general sobre la Araucanía y las propuestas concretas de Domeyko del modo siguiente: 'Creemos que está todavía por resolver el problema a que ha dedicado sus meditaciones el autor. Aunque dudemos de la practicabilidad de su plan, considerado en el todo, nuestros hombres de Estado hallarán en la Araucanía del señor Domeyko ideas originales e interesantes, datos instructivos sobre la naturaleza física y la condición moral de aquel país; y multitud de indicaciones de las que puede sacarse mucho partido aún en nuestras circunstancias actuales [1845-1846]. Ella es indudablemente la producción de un entendimiento muy cultivado y de una razón concienzuda y sana que no concibe la política sin la justicia, ni la moral sin convicciones religiosas profundas'54. Por su parte Miguel Luis Amunátegui, en su libro Don Ignacio Domeyko, publicado en 1867, es más tajante que Bello en rechazar las medidas propuestas por el erudito polaco. Afirma Amunátegui que lo que el Estado y el gobierno chileno desean es 'no la conquista con las injusticias y horrores del siglo XVI, para formar rebaños de hombres que fueran a dejar sus huesos en la superficie de la tierra a cuyas entrañas se les obligaba a arrebatar el oro, sino la ocupación militar sin rapiñas, sin crueldades, sin desolaciones, para amparar la propiedad y la vida de los indígenas, y para que a la sombra de nuestra bandera, ejerzan su benéfico influjo el comercio, la industria, la religión'. Y lapidariamente concluye que 'todo el razonamiento y la experiencia manifiestan que las misiones por sí solas habrían sido impotentes para conseguir los resultados que se desean'. Nos da Amunátegui noticia que 'algunos años más tarde [de la publicación de la Araucanía y sus habitantes] se formó una sociedad de las personas más caracterizadas para realizar el plan de Domeyko, tratando de operar por medio de las misiones la incorporación de los araucanos en el pueblo chileno, de que hacen parte según la Constitución del Estado pero no según la realidad de los hechos'. Pone de manifiesto el notable hombre público chileno, en el referido libro de 1867, que por fin habiéndose reconocido 'la esterilidad del arbitrio de las misiones empleado, aislada y exclusivamente el Gobierno del Presidente [José Joaquín] Pérez ha tenido la gloria de comenzar con el éxito más lisonjero la ocupación militar de Arauco, efectuada no para hostilizar y maltratar a los indígenas, sino para protegerlos y mejorar su condición material y moral'55. Manuel Montt Torres, siendo Ministro del Interior, en su memoria anual al parlamento, presentada en agosto de 1845 -meses después de la excursión de Domeyko-, afirma que 'especialmente el buen efecto de las misiones permite obrar en una escala más extensa i que acelere... la ocupación real i efectiva del extenso i fértil terreno que media entre Concepción y Valdivia'56. Sin embargo, esta favorable primera impresión de Montt va a ser rebatida radicalmente por su íntimo amigo y colaborador Antonio Varas de la Barra, cuando asume idéntico ministerio en abril de 1850. Tal es así que en su previo informe al parlamento, en 1849, señala que 'las misiones están completamente desacreditadas en la frontera y quizá no hay una sola persona de las que he interrogado y cuyo voto no sea de algún peso que no las crea completamente inútiles'57.

 

Antonio García Reyes por su parte, en la Advertencia Preliminar de la edición de la Araucanía y sus habitantes, hace alusión al 'ardor religioso del señor Domeyko por los trabajos científicos, y su consagración generasa en favor de los intereses públicos, le han llevado últimamente a visitar las tribus indígenas que se asientan independientes en medio del territorio nacional. Investigar el carácter de aquellos bárbaros, y tentar los medios más adecuados para reducirlos a la vida social, era un gran objeto de que la filantropía del señor Domeyko no podía prescindir. El resultado de esta excursión eminentemente cristiana y bienhechora es el asunto del presente libro. El público, lo esperamos, lo acogerá con el aprecio de que es digno por su eminente objeto, por la manera con que ha sido felizmente desempeñado, por la importancia de las revelaciones que contiene, y por los resultados de incalculable trascendencia a que puede dar origen'. García Reyes no emite opinión alguna sobre las propuestas de Domeyko, pero resalta su 'ardor religioso y de excursión eminentemente cristiana' en la visita fugaz a la Araucanía. Hay un punto del informe de Domeyko que sí tuvo aceptación, al menos por un lapso. A raíz de la sublevación araucana de 1859 que culminó con el asalto e incendio de Negrete, amén el rapto de mujeres, ganado, etc., levantamiento efectuado, en última instancia, a raíz de la apropiación de enormes extensiones de tierras por pocos propietarios que excluían a los indígenas y que sólo las adquirían para especular con su aumento de valor en el tiempo, el gobierno chileno decretó que sólo el Estado podía ser el único comprador y vendedor de las tierras baldías o no ocupadas por comunidades indígenas. Idea de Domeyko que hicieron suya posteriormente Antonio Varas, Pérez Rosales, el padre Palavicino y hasta el propio coronel intendente Cornelio Saavedra58. Sin embargo, en el largo plazo esta acción reguladora estatal tuvo restringida aplicación, no obstante la frondosa legislación relativa a 'la propiedad austral', como se denominaba por entonces a los terrenos de la frontera y la Araucanía.

 

Pero, ¿Cuáles fueron las vallas insalvables, que hoy en día podemos barruntar, para el éxito de una rectora ocupación misional en la Araucanía por sobre la militar de la 'Pacificación'? En primer lugar, el clero católico había adoptado un sistema que pretendía llegar al corazón indígena con lo que se tenía por verdadera moral y sentimientos de humanidad. Inicialmente fueron los mercedarios, dominicos y franciscanos. Luego los jesuitas, después los capuchinos. Santa Fe debe su nombre a su significado: un establecimiento de misiones. Después estaba Coihue, Angol, un convento al norte de Imperial, en el fuerte de Arauco, Tucapel, Valdivia, Río Bueno, Panguipulli y otros cuyas características eran estar protegidas por fuertes. Pero a mediados del siglo XIX, sin embargo, sólo encontramos misiones en los límites meridionales de la Araucanía ubicadas en pequeños villorrios marginales o en el interior, en territorio indígena. Se le dieron caracterizaciones muy logradas a estos villorrios y misiones aisladas. Un viajero alemán describe así a San José de la Mariquina, uno de los más importantes centros misionales: 'como ocurre con todas las poblaciones de origen español, se había trazado aquí ante todo, una gran plaza, pero ella ofrecía un espectáculo desierto y triste debido a que la población no había aumentado mucho. En el costado sur se encontraba la misión y la iglesia; en el del poniente, la escuela, en el del levante la casa del juez, la cárcel y una gran bodega, y en el septentrional dos pequeñas chozas. El edificio de la misión, la iglesia y todas las demás casas estaban construidas de madera y la plaza se hallaba cubierta de pasto, el que era consumido por caballos, vacunos y ovejunos'59. Queda en claro que después de quince años de la visita de Domeyko no habían logrado los padres capuchinos atraer a los indígenas hacia la vida cívica y mercantil de ese poblado clave en los planes de evangelización y 'civilización' de la región más pacífica de la Araucanía, la de los Huilliches. Por otra parte, en el interior del territorio araucano, las misiones quedaban reducidas a lo más indispensable, ya que consistían en una casa de más o menos cinco piezas para los misioneros, una escuela y un galpón con pesebreras y bodega.

 

Luego habría que considerar que fuera de la enseñanza de unos cuantos niños, los misioneros se limitaban a ser observadores de las costumbres araucanas, ya que sus métodos para provocar los cambios en ellos resultaban estériles. En muchas ocasiones no conocían el idioma y no mantenían una correspondencia muy estrecha con los indígenas. El odio y la resistencia del araucano eran atacados con ingenuidad e ineficacia, pero no por ello con menos sacrificio y esfuerzo por parte de los misioneros. A estos los recibían como amigos tolerables pero no deseables, ya que veían en ello una avanzada del enemigo, la pérdida de sus tierras y de su independencia. Tal es así que un propio misionero deja testimonio de lo que le manifestaban los indígenas: 'De ti no tememos nada, ni tenemos desconfianza, pero tras de ti vendrán los huincas, tomarán posesión de nuestros territorios, y una vez puestos no habría como echarlos y así quedaríamos nosotros sin tener donde vivir'60. El resultado del trabajo misional se evidenciaba, por ejemplo, en que solamente se aceptaba formalmente el bautismo, sin que por ello se sintiesen miembros de la Iglesia Universal, así como por los nombres cristianos que a veces se daba a algunos indios, y por las cruces y medallas veneradas más bien como amuletos. En tercer término, la cosmogonía y su identificación con las fuerzas de la naturaleza tan arraigada en la cultura araucana reñían con el concepto del Dios creador y castigador judeo-cristiano. Así el misionero citado indica que 'sus creencias paganas les enseñan que después de la muerte se volverán a reunir todos y que gozarán de eternos placeres; pero como los misioneros hablan siempre del Purgatorio, a donde pasarán si no se fenecen a la luz de la Iglesia verdadera, única que les puede proporcionar la felicidad perdurable, no quieren separarse de sus hermanos'61. Esta contradicción llevada a diferentes planos, provocó la resistencia y la inefectividad de la laudable labor del misionero. En último lugar, una institución fuertemente arraigada entre los araucanos -en especial en los caciques- era el ser una comunidad poligámica. El hecho de tener varias esposas era considerado un orgullo, no sólo de virilidad sino de posesión de riquezas, por el araucano. El propio Domeyko nos narra una experiencia con un cacique: 'Sentado al lado del impasible y pensativo dueño de la casa, le pregunté cuántas esposas tenía; me contestó que sólo una. Pregunté entonces si era cristiano. Entendió la pregunta el hombre, y me contestó que no, y que si tenía una sola mujer era porque las mujeres costaban caro entre los indios'62. Treutler, siendo cristiano protestante y no católico, al referirse a esta animadversión subraya, en 1852, que 'el gran odio de los araucanos a la religión cristiana y la resistencia que le ofrecen, tienen su razón principal en su aversión a todos los forasteros, en el amor que profesan a su libertad y en el apego a sus costumbres inveteradas, sobre todo a la poligamia. Muchos se dejarían bautizar de inmediato, si se les permitiera conservar sus mujeres. Aún en los casos en que los misioneros lograron, tras grandes empeños, bautizar a algunos adultos, éstos se casaron casi siempre, más tarde, con varias mujeres'. Y cita el ejemplo de los misioneros capuchinos quienes experimentaron, incluso, 'el dolor de que niños bautizados y educados por ellos en la Misión (de San José de la Mariquina) siguieran el mismo camino'63. La lucha por terminar con la poligamia, con los ritos y creencias indígenas se estrellaba, en la época de Domeyko, con una muralla impenetrable, debido a la falta de adaptación de muchos de los misioneros al lenguaje, a las costumbres y a los sentimientos del Arauco Indómito. De allí que el mundo político y militar de la República siempre consideraron inviables las proposiciones sobre las reducciones misionales del insigne -pero sempiterno idealista y romántico- sabio polaco, quien, además, no entendía la lengua araucana, por lo que la órbita de sus indagaciones quedaba bastante limitada64. Después del periplo de Domeyko -y puede conjeturarse que hasta hoy en día- el cristianismo ejerció limitada influencia en las creencias e ideas de los araucanos sobre el concepto de un ser supremo al modo del dogma judeo-cristiano. Alfred Métraux, de quien fuimos alumno y compartimos su opinión, afirma que esta influencia, 'no fue tan grande como lo suponen algunos investigadores. El mundo de las creencias de los araucanos estaba fuertemente desarrollado y era parte inseparable de su vida cotidiana'65. No obstante su prácticamente nula incidencia en la política de incorporación del territorio y población de la Araucanía, sus obras Araucanía y sus habitantes y Mis Viajes, en su Quinta Parte dedicada al viaje a la Araucanía en 1845, son piezas maestras del esfuerzo de un fugaz viajero extranjero por conocer, exaltar las bellezas del paisaje descrito e intentar compenetrase de la mentalidad de un pueblo tan extraño a su formación, pero a quien Domeyko tanto admiraba66. En 1992 al editarse en Varsovia en un sólo tomo, y en idioma español, la Araucanía y fragmentos de Mis Viajes, traducidos del polaco, bajo el título original dado por Domeyko de Diario del Viaje al país de los salvajes indios araucanos, María Paradowska adicionó una interesante Introducción67. De dicho preámbulo hemos espigado algunas consideraciones que transcribo a fin de ratificar las limitaciones, desde un punto de vista estrictamente de la ciencia etnológica del siglo XX, respecto de las propuestas de Ignacio Domeyko. Paradowska señala que las tradicionales costumbres sociales de los araucanos, muchas de las cuales rechaza Domeyko, los son porque él las apreciaba con 'su visión europeo céntrica de la población con una cultura diferente, ... [ reforzadas en él con la influencia] del romanticismo, la universidad y el folklorismo'. Y añade la publicista polaca contemporánea que 'no se puede olvidar aquí un elemento más, o sea la fuerte fe católica, que a veces determinaba las opiniones y la actitud de Domeyko. Siendo muy religioso y creyente practicante, expresaba con frecuencia desde este punto de vista sus argumentos en las páginas de sus memorias y también en su libro Araucanía y sus habitantes. La humildad y particularmente el amor al prójimo eran para Domeyko el fundamento de todas las virtudes y le servían de guía en el camino de la vida'68. Hace Paradowska un interesante contrapunto -el que suscribimos-entre la Araucanía y Mis Viajes, señalando que en este último 'se puede definir a Domeyko como un observador perspicaz y registrador objetivo de los fenómenos observados, mientras que en el libro, sobre todo a aquellos de sus fragmentos donde trata de interpretar los hechos observados, es difícil encontrar la objetividad del autor y una descripción imparcial de la cultura. El hecho de que en uno Domeyko reconoce su detallado desconocimiento de las creencias de los araucanos, y en el libro describe estas creencias, las evalúa y opina de ellas en forma que sugiere el conocimiento de esta área de vida de los indios, nos obliga a cierta reserva en cuanto a las conclusiones presentadas en las páginas' de la Araucanía 69. Para nosotros comparando éste con Mis Viajes percibimos que en la objetividad del autor de 1845 influyeron factores externos, como sus rígidas ideas religiosas y cierta impronta social de mediados del siglo XIX ávida de este tipo de literatura, lo que explicaría su inmediato éxito editorial. Para Domeyko la Araucanía fue un campo de batalla -al estilo de una Cruzada a los Santos Lugares- para dar a conocer visiones llenas de entusiasmo juvenil a fin de cristianizar a pueblos no cristianos, cruzada que satisfacía en plenitud al viajero sabio polaco, quien, al mismo tiempo, lo consideraba como una consecución del deber del creyente militante; pero ello lo aleja, hojas más hojas menos, de un objetivo investigador del mundo y hábitat araucano. En el verano de 1883-1884 Ignacio Domeyko Ancuta, octogenario, viudo y aún rector de la Universidad de Chile, realiza un viaje al sur del país 'hasta los confines de la Araucanía', en compañía de dos de sus hijos. Lo hace 'ya no a caballo sino por los caminos de hierro', y confiesa que 'cuál no fue mi asombro cuando, en esos terrenos que hace cuarenta años estaban incultos, por donde el hombre salvaje corría en pos de otro salvaje y estaba al acecho de otro menos salvaje, vi hoy grandes mieses de trigo, viñedos, ferrocarriles, estaciones sólidamente construidas y junto a éstas sacos con trigo, cajas de mercaderías con rótulos en inglés, hilos de telégrafo y nuevas poblaciones'70. Su metodología sobre la incorporación y desarrollo de la región araucana no cristalizó, pero orgulloso pudo presenciar, pocos años antes de fallecer, su integración material a su segunda patria. Zarpando de Valparaíso, en mayo de 1884, hacia sus tierras bálticas, y pensando que no retornaría más a nuestro país, estampó: '¡Adiós, Chile! Te doy las gracias por mis cuarenta y seis años de vida laboriosa, por tu hospitalidad, por la ciudadanía que me otorgaste, por la familia, por la estimación que hallé ante tu pueblo, por la generosa gratificación para las postrimerías de mi vida, por los consuelos y satisfacciones espirituales con que Dios me obsequió en tus iglesias y reconfortó mi vejez'71. Sin duda que el recuerdo de la Araucanía y su gente nunca se alejó del sensible corazón del multifacético y universal sabio de Niedzwiadka. En el bicentenario de su nacimiento los chilenos -de hoy y de mañana- lo llevamos en el nuestro.

Notas

1

La Sociedad de los Filómatas (Amigos de las Matemáticas) y Filaretes (Amigos de las Artes), a semejanza de las sociedades secretas de la Revolución Francesa se había organizado por los estudiantes de la Universidad de Vilna en 1817, encabezados por Tomas Zan. Domeyko, apadrinado por el poeta Adam Mickiewicz, ingresa ese año a la institución, siendo el miembro más joven de ella. Vid: Henryk Moscicki: Promiennisci-Filomaci-Filareci, Varsovia, 1916. Asimismo, Berta Lastarria Cavero: Ignacio Domeyko y su época, 1802-1888, Valparaíso, 1937, págs. 13 a 18. Paz Domeyko Lea Plaza, en su reciente biografía del sabio indica que Filómatas eran los 'Amantes de la Patria': Ignacio Domeyko.La vida de un emigrante (1802-1889), Santiago, 2002, págs. 32 y ss. volver

2

Domeyko, Ignacy: Moje podróze (Pamietniki wygnanca) Edición en 3 Vols. Wroclaw, 1962-1963. En 1977-1978 se hizo una traducción al Castellano, en 2 Vols.: Mis viajes (Memorias de un exiliado), Ediciones de la Universidad de Chile, que es la fuente que hemos utilizado. Para estas primeras expediciones de estudio de Domeyko en Chile (1839-1844), Vid: Mis Viajes, Vol. 11, págs. 782 a 792. volver

3

Miguel Munizaga era el más aventajado alumno de los quince alumnos del curso iniciado por Domeyko en septiembre de 1838 en Coquimbo. Entre otros figuran: Bernardino Ossandón, Francisco y Teodosio Cuadros, José Simón. Gundelach, Domingo Larraguibel, Antonio Alfonso, Teodoro y Manuel A. Osorio, Manuel Aracena, etc. Vid: Poblete Muñoz, Olga, Un servidor de la enseñanza: Ignacio Domeyko, en Anales de la Universidad de Chile, Año CXII, N° 90, 91 y 92, de 1953, pág. 304. Este amplio volumen de los Añales fue dedicado íntegramente al 150° aniversario del nacimiento de Domeyko. volver

4

La reedición de Montevideo fue impresa en el Tomo 30 de la Biblioteca del Comercio del Plata. La primera edición en polaco es de 1860: Araukania i jej mieszkancy. En 1884 encontrándose Domeyko en Polonia publicó en la Kronika Rodzinna un trabajo intitulado Urywki zpodrózy do Kraju Araukanów (Fragmentos del viaje al país de los Araucanos). Contemporáneas ediciones completas en nuestro idioma de Araucanía y sus habitantes son la de la Editorial Francisco de Aguirre, Buenos Aires, 1971 y la de la Sociedad Polaca de Estudios Latinoamericanos, Warszawa-Kraków, 1992. volver

5

Con anterioridad a Domeyko se publicaron varias crónicas de extranjeros sobre la Araucanía, o parte de ella. Por ejemplo, Eduard Poepping dio a luz en 1835 en Leipzig: Reise in Chile, Peru und auf dem Amazonen Stromen wahreng del jahre 1826-29, que con toda probabilidad conoció Domeyko en su estadía de meses en Dresde o de años en París; además, en 1859, en los Anales de la Universidad de Chile, tomo XVI, hace un largo comentario sobre la obra de Poepping, quien fue discípulo de Alexander von Humboldt. El desvío de Domeyko y Munizaga en el viaje de retorno desde el corazón de la Araucanía para explorar el volcán Antuco -estudiado por Poepping en 1829- nos ratifica la convicción que Domeyko dominaba la importante obra del alemán. Por su parte, Claudio Gay recorrió extensamente el territorio araucano los años 1835 y siguientes, pero no los trató sistemáticamente en sus 3 volúmenes de la Historia física y política de Chile, publicada en París entre los años 1844 a 1872. Recientemente Luis Mizón encontró los manuscritos inéditos de Gay sobre los araucanos -que habrían sido destinados al volumen 31 de su magna obra- en la Sociedad de Estudios Científicos y Arqueológicos de Draguignan, ciudad provenzal cuna de Gay y que podrían ver la luz pública en futuro próximo. Vid: Monzón, Luis: Claudio Gay y la formación de la identidad cultural chilena, Editorial Universitaria, Santiago, 2001. Del mismo modo, John Miers en Tràvels in Chile and La Plata, London, 1826, en el capítulo final del Vol. II al referirse a los Indios de Chile incluye parte del Dr. Leighton journal of.a military expedition into the Indian Territory, efectuada en diciembre de 1822 y enero siguiente. volver

6

Mis Viajes, tomo II, pág. 627. volver

7

Carta de Domeyko, datada en La Serena el 27 de octubre de 1845, y dirigida al general José Santiago Aldunate, Intendente de Coquimbo, pidiéndole la edición de la obra; pieza transcrita por Miguel Luis Amunátegui en: Don Ignacio Domeyko, Capítulo IX, págs. 49 y ss. Santiago, 1867. volver

8

Ibídem. volver

9

Ibídem. volver

10

Mis Viajes, tomo II, pág. 628. volver

11

Ibid., pág. 637. El comisario a que se refiere Domeyko era un mestizo de apellido Zúñiga, hijo de padre español y madre araucana, respetado por los caciques que le apodaban 'corazón de león'. Paz Domeyko, op. cit., págs. 183, 190 a 194, y 220 y ss., sin reconocer explícitamente que el sabio polaco era un agente oficioso del gobierno chileno, deja en claro que las recomendaciones del presidente Bulnes le atribuían tal misión. volver

12

Ibid., pág. 725. volver

13

No está demás destacar aquí que en 1858 desembarca en Coquimbo el francés Antoine de Tounens, quien años después creará los 'Reinos de la Araucanía y de la Patagonia', proclamándose Rey de ambos bajo el apelativo de Orllie-Antoine Ier, por lapsos entre 1860 y 1876. No obstante su prisión y expulsión de Chile en 1862 'por estar loco', creemos que de Tounens junto a su carácter aventurero era un enviado off the record y prospectivo de Napoleón III para crear -en expresiones del propio Tounens-la 'Nueva Francia' en dichos territorios. Vid: Leo Magne: L' Extraordinaire Aventure D'Antoine de Tounens, Roi D'Araucanie-Patagonie, París, 1950; y el estudio de José Miguel Barros, 'Orelie-Antoine I y una proyectada expedición británica a la Araucanía', en Boletín de la Academia Chilena de la Historia, No 76, 1967, págs. 97 a 126. volver

14

Vid: Boletín de Leyes y Decretos de 1846 y Miguel Luis Amunátegui: Don Ignacio Domeyko, Santiago, 1867, págs. 71 y ss. volver

15

Araucanía, Santiago, 1971, págs. 70 y ss. Ídem, Varsovia, 1992, pág. 87. volver

16

Ibíd. pág. 76, y pág. 90. volver

17

Ibíd. pág. 78, y pág. 91. volver

18

Ibídem. volver

19

Ibíb. págs. 78 y SS.; y pág. 92, respectivamente. volver

20

Pág. 98 en ambas publicaciones precitadas volver

21

Molina González, Juan Ignacio: Historía geográfica, natural y civil de Chile, Santiago, 1878, págs.123 y SS. volver

22

Araucanía, Santiago, pág. 89; id. Varsovia, pág. 99. volver

23

Ibíd. pág. 93; e id., págs. 101 y SS. volver

24

Ibíd. págs. 97 a 109; Varsovia, págs. 103 a 110. volver

25

Araucanía, Santiago, págs. 112 y SS; id. Varsovia, Ibídem. volver

26

Ibíd., págs. 113 y ss.; e Ibíd. págs.112 y ss. volver

27

Ibíd., págs. 115 y Ss.; e Ibíd. pág. 113. volver

28

Ibid., págs. 117 a 122; e Ibíd. págs. 114 a 118. volver

29

Ibíd., pág. 118; e Ibíd. pág. 116. volver

30

Estas 'recomendaciones' de Domeyko 'al Supremo Gobierno' se inscriben en la hipótesis de trabajo precitada, en el sentido que su viaje a la Araucanía en 1845 iba más allá de un mero interés exploratorio, sino que -además- llevaba implícita una misión política de cómo enfocar la incorporación definitiva de ese territorio a la soberanía chilena. Vid: Araucanía, págs. 122 y ss. volver

31

Los 'capitanes de indios' era una variante de los 'capitanes de amigos' o 'lenguaraces' del período de la conquista española, en que eran indígenas que dominaban el idioma español y servían de intérpretes, con cierta influencia en el mundo autóctono y para otras utilidades o condiciones. En cambio los 'Capitanes de Indios' del siglo XIX, aunque era condición sine qua non dominar el castellano y las variantes del mapundong, ya no son indígenas sino esencialmente mestizos que tenían fuerte arraigo como 'amigables componedores' de los conflictos entre indígenas, a la vez que encabezaban ciertas milicias fronterizas. volver

32

Araucanía, Santiago, págs. 123 y ss.; id. Varsovia, pág. 119. volver

33

Ibíd., págs. 125 a 128; e Ibíd. págs.119 a 122. volver

34

Ibíd., págs. 127 y ss.; e Ibíd. págs.121. volver

35

Ibíd., págs. 129 y SS.; e Ibíd. págs.122. volver

36

A la frontera de 1850, que corría desde el pueblo de Arauco en la costa hacia Nacimiento, Negrete, San Carlos (Mulchén) y Santa Bárbara, en el curso de los años 1861 a 1869 las siguientes poblaciones y fuertes configuraron la avanzada 'Línea o Frontera del Malleco': Angol, Huequén, Pancura, Lolenco, Chihuahue, Mariluhan, Collipulli, Pelarco y Curaco. Vid: Cornelio Saavedra, Documentos relativos a la ocupación de la Araucanía que contiene los trabajos practicados desde 1861 a la fecha, Santiago, 1870. volver

37

Araucanía, Santiago, págs. 130; id. Varsovia, págs. 122 y ss. volver

38

Ibíd., págs. 130 y ss.; e Ibíd. págs.123. volver

39

Ibíd., págs. 133 y ss.; e Ibíd. págs. 124 y ss. volver

40

Ibíd., págs. 136 a 138.; e Ibíd. págs. 126 a 128. volver

41

Ibid., págs. 138 a 140; e Ibíd. págs.128 y ss. volver

42

Ibíd., págs. 140 y ss; e Ibíd. págs. 129 y ss. volver

43

Ibíd., pág. 141; e Ibid. pág. 130. volver

44

Ibíd., págs. 141 y ss.; e Ibid. págs.130 y ss. volver

45

Ibíd., págs. 143 y ss.; e Ibíd. págs. 131 y ss. volver

46

Ibíd., págs. 144 a 147; e Ibíd. págs.132 y ss. volver

47

Ibíd., págs. 147 y ss.; e Ibíd. pág. 134. Si bien es cierto que en el N° 1 de las instrucciones gubernamentales dadas en 1848 -vale decir tres años después del viaje de Domeyko a la Araucanía- al prusiano-chileno Bernardo Eunom Philippi, se explicitaba la contratación de familias católicas alemanas, ello no se concretó, al igual que lo sucedido al agente Mac Namara para traer colonos irlandeses; pues en uno y otro país fue imposible reclutar católicos que emigrasen a Chile, pagando sus pasajes que eran muy caros vía Estrecho de Magallanes. Algunos de los primeros sólo llegaron al sur del Brasil y los irlandeses obviamente prefirieron, por idioma y conexiones, los estados del oeste de EE.UU. y Nueva York. Todo ello nos hace suponer que esta nota al pie de página de Araucanía y sus habitantes la intercaló posteriormente Domeyko a la edición de 1846. Además se debe consignar que en 1846 Bernardo Eunom Philippi ya poseía el fundo San Juan a orillas del río Bueno, cerca de Trumao, y que administraba su hermano mayor Rodolfo Amando Philippi. La inmensa mayoría de los colonos alemanes del sur de Chile eran y son luteranos. El autor de este artículo posee una buena documentación obtenida en Alemania al respecto de su familia Piwonka y de los luteranos de Calau y Sajonia que vinieron con Karl Andwanter en la década de 1850 a Valdivia y Osorno. Puede consultarse, en el mismo sentido, B. E. Philippi, Nachrichten über die Provinz Valdivia, Cassel, 1851; y más contemporáneamente Alberto Hoerll, Los Alemanes en Chile, tomo I, págs. 16 y ss. Santiago, 1910; y la obra Documentos sobre la colonización del Sur de Chile, de la Colección Histórica de Emilio Held, Santiago, s/f, Talleres gráficos Claus von Plate. volver

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Vid: Domeyko, Mis Viajes, tomo I, pág. 444, y tomo II, págs. 721 y ss. volver

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Vid: Mis Viajes, tomo II, págs. 808 y Ss. La Memoria sobre la colonización a que se refiere Domeyko es un folleto de 14 páginas editado en la imprenta Belín, Santiago, ese mismo año de 1850. volver

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Araucanía, Santiago, págs. 148 a 150; Id. Varsovia, págs. 134 y ss. volver

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Ibíd., págs. 150 y Ss.; e Ibíd. págs. 135 y ss. volver

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Hemos preferido transcribir in extenso estas conclusiones de Domeyko, modificando en algo el léxico y resaltando los puntos capitales de sus proposiciones. volver

53

Araucanía, Santiago, págs. 150 a 157; id. Varsovia, págs. 135 a 139. volver

54

Vid: El Ferrocarril Nº 801 al Nº 804, del 26 de diciembre de 1845 al 16 de enero de 1846. volver

55

Amunátegui, Miguel Luis: Don Ignacio Domeyko, Santiago, Imprenta La República, 1867, págs. 56 y ss. Estas afirmaciones de M. L. Amunátegui no condicen con los hechos reales de la llamada 'Pacificación de la Araucanía' por medios militares en las décadas de los 60 y 70, y nos parecen tan idealistas como las del propio Domeyko, aunque bajo distinta óptica. volver

56

Vid: Valentín Letelier: Sesiones de los Cuerpos Legislativos, tomo XXXVI, pág. 323. volver

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Varas es más pragmático, y como 'generalísimo' de la campaña presidencial de su gran amigo Montt, deja constancia que los eventuales votantes de la frontera son francamente contrarios a las misiones, tan queridas y propugnadas por Domeyko como eje central de la incorporación de la Araucanía a la nación chilena. volver

58

Vid: Saavedra, Cornelio: Memoria de 1861. Documentos relativos a la ocupación araucana. 1861. En la Memoria de 1867, Saavedra estima que la compra por el Estado se ha perdido en gran parte por el semillero de pleitos y juicios de propiedades adquiridas fraudulentamente. volver

59

Treutler, Paul: Fünfzehn jahre in Süd-Amerika an den ufern des Stillen Oceans, Leipzig, 1882. Hay una traducción fragmentaria al castellano bajo el título Andanzas de un alemán en Chile: 1851-1863, Santiago, 1958.Vid: págs. 305 y ss. volver

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Palavicino, Victorino, Memoria sobre la Araucanía por un misionero del Colegio de Chillán. Santiago, 1860, pág. 18. volver

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Ibíd., pág. 17. y Treutler, op. cit. pág. 310. volver

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Araucanía, Santiago, págs. 81 y ss.; id. Varsovia, pág. 94. volver

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Treutler, op. cit. pág. 310. volver

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Intérpretes del mapudungun le servían ciertos caciques, comisarios, misioneros y otras personas que profesaban la misma fe. Es dable suponer que a estos funcionarios o caciques no siempre les interesaba transmitir la declaración completa y verídica del interlocutor araucano y Domeyko no podía comprobarla. volver

65

Vid: Alfred Métraux: Le chamanisme Araucán, en: Religions et magies indiennes d'Ámerique du sud, París, 1967, pág. 206. volver

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Al viaje y a la Araucanía y sus habitantes, Domeyko les señala que tenían entre sus objetivos principales 'conocer ese pueblo heroico que durante tres siglos defendió su independencia ante los españoles y que hasta ahora no recibía un trato cristiano por parte del gobierno de la República, el cual pensaba conquistarlo militarmente.. .Era mostrar el estado en que se hallan actualmente los araucanos, sus ideas y sus costumbres medio salvajes, sus vicios y su honradez, las injusticias y abusos que cometen con ellos las poblaciones fronterizas y los funcionarios chilenos, la falta de misioneros para civilizarlos, y, finalmente, los únicos medios lícitos que podrían llevar a la conservación de esta noble raza de indígenas americanos y a su unión con la nación chilena'. Vid: Mis Viajes, tomo 11, págs. 792 y ss. volver

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Hay que resaltar que Ignacio Domeyko al denominar 'salvajes indios' a los araucanos lo está haciendo acorde con las categorías cristianas del siglo XIX, y de ningún modo en el sentido peyorativo u ofensivo que le damos hoy. La referida edición de 1992 está hecha por la Sociedad Polaca de Estudios Latinoamericanos, Varsovia y Cracovia, siendo el tomo I de una Contribución polaca al conocimiento del Nuevo Mundo y publicada en conmemoración del quinto centenario del descubrimiento de América. La edición, selección, notas y prólogos son responsabilidad de María Paradowska y Andrzej Krzanowski. volver

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Paradowska, María, op. cit. págs. 23 y 26. volver

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Ibíd. pág. 32. Otro importante aspecto que esta autora señala es que se puede concluir que Domeyko no fue consecuente en sus opiniones respecto de los araucanos y sus conquistadores, y ello debido a dos tendencia que le motivaban: 'Por un lado admiraba el heroísmo y el valor tanto de los españoles, como de los araucanos,por el otro subordinaba muchos aspectos de la vida a la fe católica. A su manera de ver esto justificaba la conquista española, que permitió la propagación del catolicismo entre los pueblos no cristianos. Sin embargo frente a una política radical del gobierno, tendiente a eliminar, incluso por vía militar, el deseo de los araucanos de mantener su independencia, Domeyko de acuerdo con sus ideales tomó parte del pueblo oprimido. Su llamamiento, que fue el libro Araucanía y sus habitantes, por respetar la libertad y en defensa de los derechos de los indios, es una voz de protesta muy valiosa, no sólo en la historia polaca sino también mundial, contra la violencia y opresión de los más débiles por los más fuertes'. Vid: Paradowska, op. cit. pág. 27, y de la misma: Los polacos en la América de Sur, pág. 106. volver

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Mis Viajes, tomo 11, págs. 844 y ss. volver

71

Ibíd., pág. 849. volver