“Debíamos educarnos a nosotros mismos, por costoso que fuese el ensayo; debía ponerse fin a una tutela de tres siglos que no había podido preparar en tanto tiempo la emancipación de un gran pueblo” (Bello, 1957: 172).

Entre las variadas formas de identidad social con las cuales Andrés Bello López arropó su existencia, la más significativa y trascendente se ubica en el ámbito de las “identidades de rol”, y es la de Maestro.

Porque a través de esta condición fundante y multiplicadora es que tiene sentido y proyección su acción político-cultural. La lectura atenta de su discurso, con sus mensajes y metamensajes, así como el de sus exégetas y críticos, avalan, como comprobaremos, el influjo de tal rol, en forma estelar y troquelante en la cultura nacional y latinoamericana. La adquisición y consolidación de esta imagen y de esta práctica educativa tienen una raigambre psicosocial e histórica.

Su conducta de rol como pedagogo la ejerció tempranamente con Simón Bolívar en Caracas, a través de papeles tutelares en Londres y con su ejercicio, primero, privado, y luego, público, en Santiago de Chile: en el Colegio Santiago, en el Instituto Nacional y en la Universidad de Chile.

Enseñaba con distintos énfasis Gramática, Latín, Derecho, Literatura, Idiomas. Entre sus discípulos destacaron, además de su coterráneo Simón Bolívar, figuras destacadas de la política nacional chilena: el conservador Tocornal, el liberal Lastarria, el radical Matta, o el socialista Bilbao. Pero, también, poetas, novelistas, historiadores, geógrafos y profesores chilenos.

A aquella fructífera labor docente se refiere el biógrafo chileno Manuel Salvat:

“Su método consistía en conversar, empezando por exponer una cuestión para que los discípulos pensaran por su cuenta... Bello hablaba poco, pues sostenía que había que aprender en el trato con los semejantes, por lo que prefería escuchar” (1973: 69).

Ya instalado en Chile y asegurada la sobrevivencia a partir de 1830, y a través del simbólico periódico El Araucano, es que Bello inicia el despliegue de su múltiple influencia en el devenir cultural de los chilenos durante veintitrés años de magisterio y de una sostenida acción cívica y de difusión cultural, transitando por su ambivalente visión: la eurohispanizante y la emancipadora y autonomista, “para ponerlos en estado de desarrollar por sí mismos sus potencias, conocer sus derechos y obligaciones y llenar sus deberes con inteligencia” (1885: 192).

Si observamos algunos de los otros roles ejercidos por él, tales como los de periodista, poeta, lingüista, gramático, traductor, filósofo, crítico, legislador, veremos que todos ellos se inscriben y adquieren sentido desde otro más abarcador y omnicomprensivo: el de educador. Ejemplificaremos esta simbiosis proactiva a través de su rol de poeta, que tanto nos ha entregado, desde sus “Silvas” londinenses hasta su póstumo y nacionalista poema “El proscrito”. En sus poesías su semántica se subsume y condiciona en una intención formativo-pedagógica. Por eso Rafael Caldera (1950) lo califica de “poeta-social”, y Mario Briceño-Iragorry afirma que: “El poeta puede ayudar al pueblo. Bello enseñó en verso. Nuestra más clara lección de civismo y de trabajo está contenida en la ‘Silva’ del maestro inmortal” (1953: 43).

¿Cuál es la matriz de esta precoz y sostenida vocación autodidáctica y pedagógica que energiza tal protoactividad creadora y comunicativa? Pensamos que, en una dimensión cronológica, ella se gesta en Caracas, se articula y fortalece en la década de los 20, en Inglaterra, madura y se expresa en Chile. En una dimensión ideológica se deriva del ideario de la Ilustración. La prédica del saber, de la iluminación cognitiva como motor y guía de la transformación individual y social, tendrá, en su caso, un escenario sintónico, un pertinente correlato de intervención en un continente aún bárbaro e ignorante -según los cánones occidentales-, todo lo cual hace que Bello asuma, desde entonces y para siempre, el papel de ilustrador, profesor, difusor de las luces, líder libertario. Así también de precursor del paradigma “sistémico”, de la “educación como primera prioridad”, de la “educación popular”, de la “profesionalización docente”, del basamento identitario nacional (tan vapuleado hoy), del papel protagónico del cultivo de la cultura, las ciencias y las artes para el logro de la autonomía personal y colectiva, la importancia del adecuado manejo de la lengua materna. De aquí algunos de sus enunciados más relevantes en su Discurso de instalación de la Universidad de Chile, el 17 de septiembre de 1843:

“La Universidad, señores, no sería digna de ocupar un lugar en nuestras intituciones sociales si el cultivo de las ciencias y de las letras pudiese mirarse como peligroso bajo un punto de vista moral, o bajo un punto de vista político... la libertad es el estímulo que da un vigor sano y una actividad fecunda a las instituciones sociales...:12 Todas las facultades forman un sistema, en que no puede haber regularidad y armonía sin el concurso de cada una...:14. Yo ciertamente soy de los que miran la instrucción general, la educación del pueblo, como uno de los objetos más importantes y privilegiados a que pueda dirigir su atención el gobierno; como una necesidad primera y urgente; como la base de todo sólido progreso; como el cimiento indispensable de las instituciones republicanas. ..:18 La generalización de la enseñanza requiere gran número de maestros competentemente instruidos...:19 La Universidad estudiará también las especialidades de la sociedad chilena bajo el punto de vista económico..:22. el programa de la Universidad es enteramente chileno...:22 Todas las sendas en que se propone dirigir las investigaciones de sus miembros, el estudio de sus alumnos, convergen a un centro: la patria....:22 El estudio de nuestra lengua me parece de una alta importancia....:24 alimentar el entendimiento, para educarle y acostumbrarle a pensar por sí... :25 Esta es mi fe literaria. Libertad en todo...”:29 (véase Bello,1981).

Como vemos, implícito y explícito en el discurso bellista, encontramos todo un sistema de valores y una concepción psicosocial respecto a la educación, todo ello reflexionado y postulado para la transformación del “hombre americano”, en tanto persona y ciudadano de nuestras Repúblicas (“en Bello está la tentativa inicial de la cultura hispanoamericana”, dirá nuestro Mariano Picón Salas, 1935:139). El problema pendiente es que Bello sobrevaloró el papel transformador del proceso educativo y lo aisló -al estilo metafísico-racionalista- del contexto socioeconómico en que él se realiza. A pesar de ello, los efectos de su prédica y acción en los niveles supraestructurales irradiaron indefectiblemente hacia los infraestructurales, y alimentaron todo un cúmulo de cambios e incentivos renovados en el proceso de génesis histórico-cultural de la República de Chile, extendidos a campos tan heterogéneos como el teatro, la censura, las escuelas nocturnas, las normales, la educación primaria, la enseñanza de la historia o el cultivo de la poesía. Dados los tiempos y dada la inmensa producción realizada por el Rector de esta Universidad de Chile, su sucesor, Ignacio Domeyko, despedía así sus restos en octubre de 1865 en el Cementerio General: “que en una sola vida, un solo hombre pudiera saber tanto, hacer tanto y amar tanto” (Domeyko,1865:412).

A la luz de estos limitados antecedentes relacionados con el rol de educador de Andrés Bello no queda duda de que tal rol, con el cual la posteridad lo ha identificado, corresponde efectivamente a la identidad psicosocial más básica, vasta y proyectiva de su quehacer como personaje público. Porque ser fundador, constructor o emancipador requiere, como condición previa, profesar una fe, crear y/o creer un credo y poseer un auditorio o feligresía como interlocutor válido y reciprocante. Y el credo de Bello fue el Humanismo como doctrina, y la América como aula o recinto en la cual sus “hermanos, los habitantes de Hispanoamérica”, fueron sus activos receptores. Quien tiene fe profesa y quien ejerce la acción de propagar la fe es “Profesor”: el rol más trascendente y proyectivo de los roles humanos.

Bello-maestro. Con una fe, con unos métodos, con un auditorio cautivo. Impregnado con las contradicciones de su época, absorbiendo los vientos contrarios que insuflaron su pensamiento, pero con una intencionalidad político-axiológica preclara y perseverante: autoafirmar aquella América emergente, haciéndola autónoma y pensante. Muchos otros lo emularon contemporáneamente: Simón Rodríguez, Fermín Toro, José Joaquín de Mora, D. Faustino Sarmiento, Victorino Lastarria. Y tantos otros lo continuaron y continúan ayer y hoy: José Martí, Enrique Rodó, Manuel Ugarte, Darío Salas, Pedro Aguirre Cerda, Rómulo Gallegos, Mariano Picón Salas, Gabriela Mistral, Paulo Freire, Humberto Maturana. Y muchos más que piensan, sienten y recrean este nuestro imaginario americano. Y de todos ellos, Bello es -con todo- el primero, el más preclaro y avizor.

También en estos años, al iniciarse un nuevo siglo, ya adjetivado como del conocimiento, Bello nos sigue señalando visionariamente aristotélicos derroteros que permiten preservar la identidad propia y autónoma, y, a la vez, acoger crítica y creativamente los aportes de la cultura universal, en términos de un prometedor “glocalismo”.

En noviembre de 1842 nace la Universidad de Chile y en noviembre de 1865 fallece su primer y vitalicio Rector. En Latinoamérica, particularmente en Venezuela y Chile, el nombre de Andrés Bello signa múltiples espacios citadinos y culturales: calles, avenidas, plazas, monumentos, escuelas, liceos, universidades, bibliotecas, becas, librerías, revistas, convenios. Aquí, en la Universidad de Chile, su efigie de entrada la señala como la “Casa de Bello”, y allá, en Caracas, la propia “Casa de Bello” cuida y cautela su legado y la producción a él referida.

Sigue, pues, vigilando y mostrando el camino a sus hermanos y vicarios discípulos. Por ello, el finalizar este breve elogio al Maestro caraqueño y chileno por adopción, vamos a decir de él lo que tan bellamente dijera de Simón Bolívar nuestro Pablo Neruda:

“A través de la noche de América con tu mirada mira” (Obras, I: 303).

 

Bibliografía

Bello, Andrés. Obras completas, Tomo VIII, “Opúsculos literarios y críticos”, Santiago, Imp. Pedro G. Ramírez, 1885.

Bello, Andrés. Obras completas, Tomo XIX, “Temas de Historia y Geografía”, Prólogo: Mariano Picón-Salas; Caracas, Ediciones del Ministerio de Educación de Venezuela, 1957.

Bello, Andrés. “Discurso de instalación de la Universidad de Chile”, en Andrés Bello 1781-1981, Ed. Universitaria Santiago, 9-29

Briceño-Iragorry M. Aviso a los navegantes, Caracas, edime, 1953.

Caldera, Rafael. Andrés Bello, Caracas, mineduc, 1950.

Domeyko, Ignacio. “Homenaje tributado a la memoria del señor Rector de la Universidad de Chile, don Andrés Bello”, Homenajes, Anales de la Universidad de Chile (Santiago) Tomo XXVII, N°4, octubre de 1865:409-458.

Neruda, Pablo “Un canto para Bolívar”, en Obras I, 5ª. edición, Buenos Aires Ed. Losada, 1993.

Picón-Salas, Mariano. Intuición de Chile y otros ensayos en busca de una conciencia histórica, Santiago, Ed. Ercilla, 1935.

Salvat, Manuel. “Vida de Bello”, en Varios Estudios sobre la vida y obra de Andrés Bello, Santiago, Ed. Universitaria, 1973:11-77.