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in Revista de Psicología
Transmisión intergeneracional del trauma en mujeres chilenas exiliadas en Europa
Resumen:
El presente trabajo es parte de una investigación que recoge el testimonio de mujeres chilenas exiliadas en España, Francia, Noruega, Bélgica, Suecia, Italia y Reino Unido, y que analiza cómo el trauma del exilio y sus consecuencias se ha traspasado a las siguientes generaciones. Partiendo de estudios que han abordado únicamente las experiencias de mujeres que han pasado por procesos de violencia política física (secuestro, detención, tortura) a causa de la persecución de la dictadura cívico militar chilena (1973-1990), se aborda la experiencia del exilio como violación a los derechos humanos y se trata de demostrar, a través del testimonio de estas mujeres que se quedaron a vivir en sus países de acogida, que la experiencia del exilio también ha dejado huellas de violencia psicológica en la descendencia de las exiliadas.
“¡Ay!, comadre Lola,
si usted supiera lo que es estar dividida,
no saber cuál es su tierra.
Ana chola, como ratón sin cola.
Mi mamá me hablaba a mí del C.H.I.,
por allá́ bien lejos donde yo nací́,
donde yo crecí́,
y no juego a la gringa
si eso tú creí́.”
Ana Tijoux en “La rosa de los vientos” (1999)
Introducción
En las últimas tres décadas, se ha ido consolidando una “cultura de la memoria” (Mateo et al., 2024) que aparece en múltiples manifestaciones artísticas, políticas y sociales. El surgimiento de memorias particulares, dispersas, sueltas ( Stern, 2000 ) y en conflicto (Hirsch, 2015), que ponen en cuestión los fundamentos de los proyectos nacionales, muestra la transformación de las sociedades en relación con la experiencia de la temporalidad.
Esta situación, así como la manera en que los narradores recuperan historias genealógicas para poder resolver su conflicto identitario, recuerdan lo que Andreas Huyssen (2016 ) indica sobre las memorias producto del exilio, que denomina diaspóricas, haciendo hincapié en su fin último de cuestionar el orden de una memoria oficial unificada. Las memorias diaspóricas se construyen como opuestas al orden nacional, ya que están referidas a culturas minoritarias que se insertan en una cultura mayor ( Huyssen, 2016 ). De esta manera, se va construyendo un discurso en paralelo a la memoria de los vencedores.
Elizabeth Jelin (2021) hace referencia a estas memorias alternativas, al distinguir dos tipos: las habituales y las narrativas. Enfocándose en las memorias narrativas —porque dentro de ellas se pueden encontrar o construir los sentidos del pasado—, las memorias alternativas surgen como respuesta a la brutalidad de los regímenes dictatoriales o autoritarios, y suelen ser transmitidas de manera oral o a través de escritos marginales, y cuya repercusión es bastante escasa a nivel nacional (Jelin, 2021).
Dentro de esta tendencia contemporánea de recuperación de la memoria, y ante el incremento de los movimientos migratorios en las últimas décadas, ha ganado un lugar importante el interés por los procesos que tienen que ver con el fenómeno del exilio. Se trata, entonces, de reconstruir una memoria del exilio a partir de sus propias voces e interlocutores, a menudo ligada a una reflexión sobre la vivencia del exilio y su significación, a partir de la autorreflexión del propio exiliado. Este proceso de reconstrucción abre en este sentido una perspectiva diferente: el exilio es, entonces, experiencia subjetiva antes que objeto de un discurso científico, lo que permite desahogar eso “otro” que ha quedado desprendido de la historia y que, sin embargo, es clave para reconstruirla críticamente.
La dimensión del exilio como trauma de expulsión y sus consecuencias, es la que detalla desde la filosofía y la psiquiatría Josep Solanes, en su obra hecha desde su exilio en Venezuela. Solanes (2016) sostiene que la guerra, el exilio y otros acontecimientos son tanto más dolorosos y traumatizantes en la medida en que suceden brutalmente sin que se esperen; llegan y lo trastornan todo, comportando hechos, emociones e impresiones que en ningún caso pueden dejar indiferente a quien los padece. En este amplio abanico de consecuencias, que abre tanto la psicología como los estudios psiquiátricos del exilio, cabe comenzar por el síndrome de Ulises, nombre con el que se conoce a un conjunto de características fundamentales del síndrome del inmigrante donde destaca el estrés crónico y múltiple, y cuyo nombre hace referencia al héroe griego que padeció innumerables adversidades y peligros lejos de sus seres queridos.
Las características de este duelo migratorio y su diferenciación respecto de otros duelos, las explica el psiquiatra Ángel Castro (2011) en su obra Soy inmigrante, que aborda en profundidad las causas y consecuencias de la migración y el exilio. Para Castro (2011), el duelo migratorio tiene un peor pronóstico en comparación a la recuperación de otros duelos, debido a que el objeto del duelo (país de origen) no desaparece, sino que sigue estando ahí y, por consiguiente, sigue existiendo la posibilidad de volver. Más que una pérdida, como en el caso de la desaparición de un ser querido, la migración es una separación y, como tal, está delimitada por tiempo y distancia.
El análisis de la autora Silvia Dutrénit (2013 ), basado en experiencias de hijos de exiliados argentinos y chilenos, agrega un componente: en los casos en que antes del exilio los hijos vivieron una situación traumática de detención, tortura o desaparición de sus padres, las consecuencias del desarraigo claramente se amplifican, ya que no fueron improvisadas por los regímenes represivos, sino pensadas especialmente para causar terror al interior de la familia. La detención, tortura, ejecución, desaparición, robo y cambio de identidad de menores, fueron prácticas cotidianas que buscaron no solo destruir al enemigo, al “subversivo”, sino también implantar el miedo y la paralización social. Lo vivido constituyó un parteaguas en las historias políticas de los países y, sin duda, en la vida personal y familiar de decenas de miles de personas ( Dutrénit, 2013 ). La autora, en este caso, habla no solo de un hecho multigeneracional, sino también de una transmisión generacional ( Dutrénit, 2013 ). Aún más cuando las circunstancias cargan con desaparecidos y ejecutados como saldo de la represión y violencia políticas (Guzmán, 2021).
La segunda generación, para la psicóloga María Cristina Bottinelli (2000), transitó por la ruta del exilio porque también requirió de una adaptación a nuevas formas jurídicas, sociales y culturales en el nuevo país, tratando de no perder la vinculación con el país de origen. En esta atmósfera, que en lo emocional tendía a estar invadida por las circunstancias directas o transmitidas del terror vivido y el temor incor-porado corporal y subjetivamente, se fue desarrollando la segunda generación (Bottinelli, 2000).
Diversos estudios tratan sobre las consecuencias del exilio en el Cono Sur. Si bien todos los exilios de este sector confluyeron en la urgencia de esclarecer el sentido de la experiencia que estaban viviendo, los exilios más longevos y, quizás, los que más solidaridad internacional habían movilizado hasta entonces, fueron los que proyectaron los análisis más consistentes y aquellos construidos en la acumulación de trabajo clínico, memorial, sociológico e historiográfico ( Jensen, 2023 ).
En esta amplia bibliografía, falta quizás insistir en lo referente al trauma intergeneracional provocado por el exilio, ya que sus efectos bajo la clave de la transmisión, tal vez están más presentes de lo que el amplio campo teórico de la memoria puede reconocer y mostrar (Cabrera et al., 2017 ). En Chile, a partir de la experiencia psicoterapéutica con adolescentes hijos de detenidos desaparecidos y ejecutados políticos, el trauma psicosocial producido por la violencia política se incorpora en un tipo de dinámica relacional familiar que dificulta el proceso de individuación y formación de la identidad de los hijos ( Concha Bell, 2022; Norandi, 2020 ). Estos, en el último tiempo y ya con la evidencia de la segunda y hasta tercera generación, se ven confrontados con una serie de mandatos, expectativas y legados que impactan directamente la realización de sus proyectos de vida (Faúndez & Hatibovic, 2020).
La memoria de las mujeres exiliadas constituye, en este caso, la memoria de la otredad, de la alteridad; las marcas en sus testimonios contradicen el discurso oficial (tanto el relato de la dictadura como el elaborado por las voces masculinas) y unifican la reivindicación de la lucha contra la dictadura con la lucha por los derechos de la mujer ( Espinoza, 2019 ). Las mujeres resisten su asimilación a la representación hegemónica, subvierten las convenciones establecidas, no ignoran las injusticias y circulan contra la corriente dominante (Alonso & Peña-loza, 2020).
En los testimonios de exiliadas recogidos para esta investigación, pudieron advertirse ciertas marcas que desvelan relatos paralelos al relato épico registrado en clave masculina, que hacen más atractivo el conocimiento de lo que pasaba al interior de las comunidades de exiliados chilenos y de sus familias (Márquez & Ramírez, 2023). Esos comportamientos demostraron un mayor pragmatismo al momento de resolver las cuestiones cotidianas, y una mayor habilidad tanto a la hora de tender lazos familiares con el país de origen, como al forjar nuevas redes en el país del exilio ( Espinoza, 2019 ).
El exilio de un número importante de estas mujeres, estuvo antecedido por largos procesos de prisión y tortura (Guzmán, 2021), cuyas consecuencias físicas y psicológicas se vieron amplificadas al llegar a un país de idioma y culturas distintas. Muchas exiliadas se cambiaron de país al sentir este rechazo en las sociedades iniciales de acogida, buscando sentirse más acompañadas por otros chilenos en el exilio o por organismos internacionales que hicieran más grata la recepción. En los casos en que las exiliadas llegaron a un país donde se estaba produciendo un proceso de emancipación de la mujer importante (Canadá, Francia, socialdemocracias escandinavas), se produjo una liberalización de su papel reproductivo y el acceso a responsabilidades compartidas en el hogar, así como la posibilidad de seguir estudiando o trabajar en condiciones de igualdad ( Gálvez, 2021 ; Rebolledo, 2020 ).
Es aquí donde quiere poner el foco esta investigación, cruzando las variables antes mencionadas: trauma del exilio, transmisión de este trauma a la segunda generación, y la observación de cómo este trauma del exilio se desarrolla en mujeres y cómo se traspasa a la nueva generación de hijas.
Método
La investigación con mujeres exiliadas que se quedaron a vivir en sus países de acogida, nace en 2018 a través del proyecto de investigación “Exiliadas”, posible gracias al apoyo del Centro Internacional de Estudios de Memoria y Derechos Humanos (CIEMEDH) de la Universidad Nacional de Educación a Distancia, y que aún se encuentra en desarrollo. Se trata de una serie de entrevistas realizadas en sus países de acogida, a 50 mujeres chilenas exiliadas y sus hijas, para reflexionar sobre la experiencia del exilio poniendo el foco en sus propias vivencias de esta violación a los derechos humanos. Para el presente artículo fueron considerados los testimonios de 11 de estas 50 mujeres.
Para esto, se ha recurrido a la observación sistemática y participativa; a la toma de notas a lo largo de encuentros y reuniones espontáneas, y, sobre todo, a la realización de entrevistas estructuradas y semiestructuradas con cada una de las mujeres y sus hijas. Situaciones de observación como la visita de sus entornos inmediatos (asociaciones, casas, vecindario, bares y cafés cercanos), han permitido conocer sus actividades, las personas con quienes las desarrollan, sus amigos, sus compañeros de trabajo, cuál es su entorno en el país de acogida, cuántas veces visitan o llaman a sus seres queridos en Chile en el año, etc.
La metodología utilizada para esta investigación se ha valido de las fuentes orales y, en particular, del uso del relato de vida, por ser uno de los materiales más valiosos para conocer el impacto de las transformaciones, su orden y su importancia en la vida cotidiana, no solo del individuo, sino del grupo primario y de su entorno social inmediato. Además, en el caso de Chile y en el de todas las dictaduras surgidas en Latinoamérica, la ausencia de documentos escritos por razones de seguridad, tanto de los perpetradores como por parte de las víctimas, obliga a que, si se desea registrar la historia de esta etapa, se tenga que recurrir necesariamente a las fuentes orales.
Hay que señalar que la disposición para las entrevistas no fue inmediata. Muchas de las mujeres, al solicitarles ser entrevistadas, pusieron barreras y se excusaron en que hay demasiados recuerdos enquistados durante mucho tiempo, a los que, aseguraron, es doloroso volver. Sin embargo, cuando en algunos casos se les volvió a pedir su testimonio, aludiendo a la escasez de voces femeninas del exilio y a la necesidad de reescribir su historia (Aleksievich, 2015; Corbalán, 2016; Navarro, 2020), se logró franquear la resistencia inicial “por un bien mayor” y accedieron a contar su testimonio. Otras exiliadas, acostumbradas a ser “hijas de” o “esposas de”, al principio se sorprendieron porque se les requirió, pero después de muchas preguntas de filtro, comenzaron un relato distinto; un relato que tenía que ver con memorias sueltas que se entrelazaban con la memoria emblemática; una red de microhistorias inicialmente marginadas del discurso oficial, a través de las cuales se conoce la historia de una comunidad mayor, como una familia, un pueblo o un país.
Esta actitud esquiva de las mujeres para abrirse a contar su relato sobre la experiencia del destierro, puede explicarse por el hecho de que ellas desean olvidar, además, el trauma de la ruptura con la pareja que, en muchos casos, provocó el exilio. Las mujeres exiliadas privilegian en sus recuerdos los aspectos positivos de la experiencia del exilio: el poder tomar decisiones por sí mismas de manera autónoma —en muchos casos, por primera vez— o valorar lo que ellas mismas construyeron (casa, amistades, un mundo para sus hijos), y minimizan el precio que pagaron por ello, tales como el desarraigo, la postergación profesional y, en algunos casos, el divorcio ( Rebolledo, 2017 ).
La mayoría de los testimonios fue recogido en formato audiovisual, y en formato solo de audio cuando así lo manifestaron expresamente las entrevistadas. A todas se les hizo firmar un consentimiento de entrevista para futuras publicaciones académicas. A la hora de nombrarlas en el artículo, se utilizará un alias.
Cabe señalar que el presente artículo pasó por el Comité de Ética de Investigación de la Universidad Nacional de Educación a Distancia, España (Ref. 02-SISH-FILS-2024), aprobando el artículo después de comprobar que la investigadora subsanó las recomendaciones pertinentes hechas por el tribunal.
Resultados
El primer trauma: la carga política de una generación
En Chile, a diferencia de Argentina y Uruguay, el proceso de Reforma Universitaria había comenzado a inicios de los años 60, continuando entre 1967 y 1970 con la aplicación, por parte de autoridades, de medidas que tendían a democratizar el funcionamiento de las universidades, a reorganizar las estructuras de enseñanza e investigación, renovar los métodos pedagógicos y abrir las instituciones al exterior. Su punto máximo se consolidó con la Unidad Popular (1970-1973), teniendo como resultado una generación universitaria políticamente contestataria.
Tras el éxito de la Reforma Universitaria, la generación de 1968 en Chile, desencantada de la burocracia y de la carrera política, prefiere acompañar a los movimientos sociales y ocupar los terrenos agrícolas inexplorados o las fábricas mal administradas. Se trata de una generación que quiere rebelarse contra las ataduras que conoce desde que nació. Este impulso por la democratización de la sociedad, sumado al halo romántico que envuelve a todo proceso revolucionario latinoamericano en los años 60, hace que esta generación se asuma como portadora de un cambio histórico ( Boisard, 2016 ):
El gobierno de la UP tuvo una especial sensibilidad por la educación y la participación de las mujeres en lo público. Las mujeres trabajadoras recibieron becas para acceder a la universidad y esto se tornó en una prioridad para el gobierno. Además, se incluyeron a muchas mujeres en la política, independientemente de su origen sociocultural. (Amalia, exiliada en la RDA y luego en Madrid en 1979, en entrevista concedida a la autora el 29 de noviembre de 2018)
Con el efecto combinado del triunfo de la Revolución cubana y el ascenso electoral de la izquierda —la que en 1958 estuvo a punto de llevar a Salvador Allende a la presidencia de la República—, se produjo una situación excepcional en el continente. Como nunca antes, por uno u otro camino, surgía en Chile la perspectiva concreta de hacer la revolución. “La revolución socialista es una tarea inesquivable de nuestra generación”, citaba la revista Punto Final en uno de sus números dedicado a la juventud política en 1968 ( Bambirria, 1968 ).
Fui funcionaria de la Corporación de la Reforma Agraria (CORA), dependiente del Ministerio de Agricultura, donde era supervisora nacional de educación de adultos en el Departamento de Desarrollo Campesino. Durante la Unidad Popular, siendo muy joven, asumí con entusiasmo mi tarea de participar en un programa de alfabetización y nociones elementales de matemáticas para los campesinos que asumieron llevar adelante las tierras expropiadas. (Noelia, exiliada chilena en Madrid en 1975, en entrevista concedida a la autora en Madrid el 19 de agosto de 2018)
Este compromiso fue asumido por muchas mujeres de esa generación y desde distintos sectores: amas de casa, estudiantes, desde las fábricas o desde los puestos de mayor responsabilidad política. El antiguo anhelo por fin concretado de un gobierno popular suscitaba un torrente de esperanzas en trabajadores manuales, nanas, campesinos y servidores de todo tipo, hasta entonces no considerados por las élites (Magasich, 2020). Para esta generación, presenciar ese deseo de equidad significó llevar una carga importante en todas sus actividades durante el gobierno de la Unidad Popular, que la llevó a extenderlo posteriormente al exilio y a luchar porque las futuras generaciones se comprometieran también políticamente:
Creo que soy un animal muy político, porque al mismo tiempo que yo seguí ampliando mi educación política, durante los años de dictadura hubo un vacío político en Chile. Los partidos políticos perdieron y no hubo estudios políticos, las carreras universitarias relacionadas se cerraron, entonces hubo una generación perdida, porque no se les entregó educación política, ni los padres que llegaron con sus hijos acá, no les dieron educación política a sus hijos. (Orencia, testimonio recogido en su casa en Estocolmo, el 1 de septiembre de 2018)
En otros casos, la militancia no era un objetivo, pero las injusticias del Chile de los años 50 y 60 hicieron que existiera una predisposición en el grupo estudiado por la justicia social. Es el caso de Noemí, quien durante su niñez vio cómo a su madre, empleada doméstica puertas adentro en una casa del barrio alto, le tocaba vivir escenas de injusticia social y esclavitud. Concienciada por esto, conoció al que fue su pareja durante 47 años, un militante del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), que influyó en su decisión política de integrar el movimiento y, posteriormente, vivir en Chile en la clandestinidad, hasta su exilio a Argentina y luego a Francia en 1983.
Me fui a vivir con mi compañero cuando tenía 16 años. Dejé el liceo, era buena alumna y me faltaban unos meses, pero lo dejé todo, porque el MIR representaba para mí la lucha por todo eso que yo había sentido desde niña, pelear contra las injusticias de la sociedad. (Noemí, testimonio recogido en Grenoble, el 18 de julio de 2023)
De esta manera, la lucha generacional de las mujeres nacidas en 1948 llevó a algunas a militar formalmente en un partido político. Otras, ejercieron un activismo no formal, reconociéndose personas de izquierdas y apoyando fundamentalmente el gobierno de la Unidad Popular de Salvador Allende desde distintos frentes.
Noemí no pasó por tortura ni detenciones, pero sí por la experiencia de la clandestinidad y, luego, los exilios en Argentina y Francia. Cuando llegó a Francia, con dos niñas y embarazada de un tercer hijo, comenzó rápidamente a incorporarse en la sociedad, aprendiendo el idioma, trabajando de forma remunerada y viviendo una vida independiente, algo que no había hecho en Chile. Fue difícil, porque la mayoría de las prerrogativas eran para su marido, no para ella, por lo que tuvo que partir desde cero.
El segundo trauma: la derrota de un proyec-to
Además de la carga política que pesaba sobre esa generación de mujeres exiliadas —como ya se ha señalado, integrantes de una generación que quería “salvar al mundo”, luchar a través de la ideología en un contexto de Guerra Fría, y romper con los ejes conservadores de sus padres—, hay que agregar un segundo trauma, que es el de asumir la derrota del proyecto de la Unidad Popular, entendiendo como derrota el que acabara en un golpe de Estado (Roitman, 2023), o que quedara inconcluso un proyecto de ciudadanía.
Este hecho es relatado como un verdadero shock para las exiliadas, pero del que tuvieron que despertar enseguida, porque sus vidas corrían peligro y no había tiempo para tratar el trauma. Así lo explica Ana, médica socialista quien tuvo que escapar con sus cinco hijos en un avión hasta México, sin saber muy bien dónde estaba su marido después de que abandonara La Moneda el mismo día 11 de septiembre de 1973.
Salí yo con los cinco niños y estaba en el avión de Tencha, la mujer de Allende, con su familia, con los nietos. Llegamos a México el día 16 de septiembre, que es el día nacional de México. Y era un poco extraño, porque llegamos en plena fiesta. Mi hija mayor no entendía por qué nos íbamos. Ella decía “¡no, quiero irme de Chile!”. A mí me costó entenderlo, pero tengo una ventaja: soy hija de exiliados, entonces esa cosa la entendí muy bien, había que sobrevivir y me exilié con lo puesto. (Ana, testimonio recogido en Madrid, el 1 de junio de 2018)
El shock de la derrota política, unido a un golpe de violencia que significó no volver a ver a sus amigos y conocidos, y que su familia cambiara radicalmente de vida en el exilio, también se extendió a las mujeres exiliadas que resistieron los primeros años en la clandestinidad en Chile. Aquí se asume la derrota política, se hacen esfuerzos por “pelear” desde dentro, pero cuando se hace insostenible con el aumento de la represión, el exilio se transforma en una vía de supervivencia. En el caso de Sonia es importante hacer hincapié en que quien toma la decisión de su exilio es su propia madre:
Mi hermano mayor está desaparecido desde el año 1976. Yo había pensado seguir trabajando en la clandestinidad. A pesar de que ya llevaba diez años trabajando en Chile, iba a continuar luchando desde dentro, dejando a mis hijos con mi madre. Cuando le propuse a mi mamá eso, me dijo “te vas inmediatamente”. Llamó a mis hermanos que ya estaban aquí y les dijo “sáquenla, porque la voy a perder y ya perdí un hijo, no quiero perder dos”. (Sonia, testimonio recogido en Orly, el 17 de diciembre de 2018)
Exiliadas en el primer avión después del golpe, o transcurridos algunos años tras estar en la clandestinidad, lo cierto es que todas las mujeres que viajaron, solas o acompañadas, lo hicieron rumbo al exilio con un mar de dudas que no se disipó fácilmente. La idea de habitar en tierra extraña, la incertidumbre de no saber cuánto duraría la dictadura chilena, la idea de emprender una nueva vida en situaciones desconocidas y, en algunos casos, muy adversas, agregaron estrés a los dos traumas anteriormente señalados y, en muchos casos, las exiliadas lo exteriorizaron, lo somatizaron:
Yo miro la foto de mi mamá, los primeros años después del exilio, primero en Cuba, en México, luego en la RDA y luego en España, y veo que ella tiene un rostro cetrino, casi verde, del puro estrés de andar con nosotros sin tener mucha idea de nuestro futuro. (Mabel, exiliada a los 8 años, testimonio recogido en Madrid, el 2 de junio de 2018)
En algunos casos, se apreció en las entrevistadas una cierta reticencia a escudriñar en ese pasado, ya bloqueado y apartado, como dicen algunas. Como se explicaba en el apartado metodológico, fueron necesarias una y otra entrevista para generar ese clima de confianza necesario para entregar el testimonio.
Cabe mencionar dos casos en los que mujeres exiliadas desistieron de entregar su testimonio y cuyas razones son interesantes de comprender en el contexto de esta investigación. El primer caso es el de una chilena exiliada en Suecia, que había dicho en dos oportunidades que sí daría su testimonio, sin embargo, el día de la cita, no se presentó. Argumentó en un mail:
El dar entrevistas, me revuelve todo. Sobre todo, me recuerda todo lo que perdí por el exilio. Yo estaba capacitándome en Rumanía cuando vino el golpe, iba a ser una mejor profesional, estaba encantada, el golpe significó que no pudiera continuar mis estudios, que no pudiera seguir perfeccionándome, y eso para mí, aunque luego me casé y tuve hijos y todas esas cosas, pero el exilio a mí me cortó las alas en el desarrollo personal. (Extracto del mail de respuesta a la autora, agosto de 2018)
No siempre tiene que pasar una situación de tortura, represión física, pérdida de un ser querido o algún proceso de violencia física para que el trauma del exilio opere en estos casos ( Navarro, 2022). El quiebre de sus proyectos vitales provocado por el exilio, ha significado en sí mismo una compleja herida que no sana en las mujeres entrevistadas, y que ayuda a argumentar por qué debe considerarse también el exilio como una violación a los derechos humanos (Alonso & Peñaloza, 2020).
Otra experiencia similar ocurrió con una mujer exiliada en Madrid que desistió de emitir su testimonio arguyendo que podría tener problemas en el desempeño de su trabajo, porque la mayoría de sus compañeros y sus jefes eran de derechas. Este último caso, sucedido con una exiliada que también desistió a última hora, hace reflexionar sobre si el trauma de la persecución a sus ideas aún permanece intacto.
Una nueva transmisión del trauma
Contrariamente a lo que dicen las teorías de la asimilación segmentada (Portes & Rumbaut, 1996), que apuntan a que la segunda generación ignora las tradiciones de la cultura migrada y, más bien, “afloran” en la tercera o cuarta generación, lo que se pudo ver en las hijas de las mujeres chilenas exiliadas entrevistadas es que heredaron su lucha política y, en algunos casos, sus ideologías, adaptándolas a las nuevas reivindicaciones.
Esta transmisión no se manifiesta en una negación a integrarse en la sociedad de acogida, ni mucho menos en una negación a las raíces de sus padres. Más bien se manifiesta, en la mayoría de las hijas de entrevistadas, en la herencia de sus luchas, lo que se traduce en un profundo compromiso social que las hijas llevan activamente, sin importar la actividad que realicen y sin el temor a manifestarse, como el que debieron asumir sus padres.
Tenía diez años cuando salí de Chile. A mi papá lo habían tomado preso, así que así llegó la noticia de que teníamos que viajar. Cuando eres niña no te das cuenta de muchas cosas, lo que uno sabe es que tienes que salir, que a lo mejor no vas a volver, pero todo se toma como un juego. Para mí era un viaje lejos, pero nunca pensé que no íbamos a volver. En la mente de una niña es algo que nunca lo había pensado, que vas a tomar el avión, que vas a salir y luego en un país donde no conoces el idioma y no conoces a nadie, era un poco perturbador. (Gianina, testimonio recogido el 16 de oc-tubre de 2018)
En los casos en que sus madres sufrieron tortura y detención, las hijas se criaron en un ambiente de profundo compromiso político y condena a las atrocidades cometidas por parte de la dictadura. Asumiendo ese trauma físico de sus madres, se criaron casi solas, sin dar mayores problemas, pero asumiendo inconscientemente una cultura, unos recuerdos, unas vivencias que eran ajenas, no de ellas:
Nací meses después del golpe de Estado, y cuando tenía dos meses de edad tomaron presos a mis padres, prisioneros en los campos de tortura de Tres y Cuatro Álamos. Crecí con una idea nostálgica de Chile, casi romántica con el cancionero de Inti Illimani, Víctor Jara, que convivían con las imágenes violentas de lo que estaba pasando en Chile. Fue bien raro eso. En esos momentos no lo pensaba, pero ahora que soy mayor reflexiono mucho sobre esto y el contexto de violencia en el que nací y crecí, y en cómo esto me ha afectado. Es muy curioso, pero estoy teniendo algunas molestias, dolores musculares en partes del cuerpo en las que, mucho tiempo después supe, a mi mamá la habían torturado. (Xenia, testimonio recogido en Londres, en enero de 2023)
A esta asunción del trauma ajeno, hay que sumar el desmembramiento de la familia, en aquellos casos en que la familia se exilió junta. En ellos hay una clara diferencia en los testimonios recogidos, en parejas con y sin hijos:
Partí al exilio con mi marido, que era militante mirista, estuvo encarcelado mucho tiempo y le ofrecieron asilarse en Reino Unido, yo decidí acompañarle, pero al poco tiempo del exilio el matrimonio no funcionó y nos divorciamos. A mí el hecho de estar sola me abrió un mundo desconocido, en el que pude desarrollarme profesionalmente hasta nuestros días. No sé si hubiera tenido igual libertad con hijos. (Vanesa, testimonio recogido en Londres, el 26 de octubre de 2019)
En el caso de la separación de la pareja con hijos, se produjo de todo: parejas que dejaron a su mujer e hijos en el primer país del exilio (Argentina, Perú), divorcios que se concretaron en los primeros años o aquellos divorcios que se concretaron hace muy poco, después de muchos años de vida juntos:
Después de 47 años juntos, de militar juntos, de exponer nuestras vidas y a nuestros hijos en la dictadura y de irnos a un país extraño a vivir, un día me enteré de que en Chile mi compañero tenía otra mujer. Le dije que se fuera y de él ya no sé hace meses, ni quiero saber, yo me quedo aquí. (Noemí, testimonio recogido en julio de 2023)
Hay casos en que la transmisión del trauma se ha manifestado en las hijas de las exiliadas en forma de reproche, porque los padres “prefirieron seguir las decisiones del partido y no preocuparse de su familia”, evidenciando una situación de abandono.
Valeska “se exilió con siete meses” en el vientre de su madre y nació en Barcelona, tierra del exilio de sus padres. Creció en un ambiente de reivindicaciones y quiso hacer de la causa chilena, una causa transnacional, humanitaria.
Cuando estudiaba Derecho, le decía a mi marido “cuando tenga 50 años me voy a dedicar a los derechos humanos”. Es que uno lo lleva en la sangre y hace que te muevas en esa esfera, va saliendo. Cuando comenzaron los problemas con las hipotecas de las viviendas en España, el otro día se lo explicaba a una clienta que me preguntaba “¿por qué te dedicas a esto?”. Y le digo “porque lo que he vivido no es el desahucio de una casa, sino de un país”. Y esto hace que te marque todo, porque ya no es solo que pierdas tu casa. Te despojan absolutamente de todo solo por pensar distinto, por tener unas ideas políticas diferentes. (Valeska, testimonio recogido el 28 de julio de 2018)
Esta transmisión intergeneracional del trauma en las exiliadas chilenas entrevistadas es un hecho que se asume de manera muy consciente entre ellas y que, a medida que transcurre el tiempo, acoge un deseo por reconocer el segundo plano en el que estuvieron las hijas, pero también, un ímpetu por contar esta situación a las nuevas generaciones:
La mayor deuda de Chile con el exilio es en torno a los hijos. Durante mucho tiempo fueron apátridas, la noción de Chile que tenían la construyeron sobre nuestros recuerdos, y ya cuando había que volver, era demasiado tarde. Chile tiene una deuda pendiente con los hijos e hijas del exilio. (Ana, testimonio recogido en Madrid, el 1 de junio de 2018)
Valeria tenía nueve años cuando acompañó al exilio a sus padres, dos pedagogos de militancia comunista que fueron expulsados a Suecia. Recuerda, entusiasmada por contarle ahora a su nieta, toda la historia de cómo llegaron a Suecia:
En cuanto llegamos a Suecia, mi madre me preparó desde un principio para que nuestro activismo no muriera en la resistencia. Al cabo de dos años de exilio, murió de un derrame cerebral. Cuando se leen las cifras de la represión a veces no se contabiliza el dolor de los familiares que tuvieron que soportar la trágica desaparición de sus parientes. Esto le pasó a mi madre y también a mi abuela, cuyo corazón no resistió el encarcelamiento de mi padre. (Valeria, testimonio recogido en Estocolmo, el 1 de septiembre de 2018)
Ese deseo por dejar atrás los bloqueos y contar su historia a hijos y nietos, crece conforme las exiliadas van cumpliendo años. Es el caso de Sacha, quien quedó también con secuelas físicas y psicológicas tras su detención por los militares en el campamento Nueva Habana en 1973, el mismo que a fines de los 60 había sido un experimento comunitario en la comuna de La Florida. Continuó con su activismo en El Salvador, y hoy lucha desde un barrio en los suburbios de Estocolmo para impedir el rebrote de los movimientos de corte nazi en Suecia.
Soy una superviviente, pero la dictadura no ha vencido, porque a mis hijos y nietos les he traspasado la obligación de luchar por lo que es justo. Tengo ocho operaciones producto de las torturas que recibí y nadie me va a quitar el horror que sentí cuando mis torturadores me violaron en una camilla en presencia de mi padre. (Sacha, testimonio recogido en Estocolmo, el 3 de septiembre de 2018)
El activismo continúa para estas mujeres, aunque la toma de consciencia de lo que hicieron, de lo que resistieron, quizá ha llegado tarde. Pero una vez que ha llegado, se ha desatado en ellas un deseo por compartir el relato y seguir apoyando a sus hijas y nietas en la defensa de los derechos humanos.
Pamela es una exiliada chilena que llegó a Londres en los años 70 con sus cuatro hijos. Se puso rápidamente a trabajar y escolarizó a sus hijos, a quienes les inculcó también el respeto por los derechos humanos y el activismo. En 1992 volvió a Chile, pero una vez en su país se enfermó, nadie le dio trabajo y decidió volver a Reino Unido. A pesar de la amarga experiencia, ella y sus hijas se declaran en permanente exilio, hasta que las condiciones del país no cambien:
Chile no me dio la posibilidad de vivir allí, por lo que me volví inmediatamente. Nuestro exilio no ha terminado, porque seguimos con un pie allá y acá. Y más ahora en el estallido 1 . Nuestra obligación moral es la demanda del pueblo chileno, y mi exilio va a terminar cuando exista una nueva democracia. (Pamela, testimonio recogido en Londres, el 26 de octubre de 2019)
Han pasado 50 años de la experiencia del exilio y esa transmisión del trauma intergeneracional se sigue produciendo entre las exiliadas chilenas y su descendencia. Sus procesos de reconstrucción de memoria han sido lentos, distintos, pero han contribuido a explorar nuevas dimensiones del exilio, alejadas del relato hegemónico.
La convivencia con sus hijas no ha sido fácil, y juntas han explorado parte de esos traumas, han contestado interrogantes, y han hablado por primera vez de experiencias amargas y olvidadas. Esto, sumado al proceso de conciencia feminista que se vive actualmente en la sociedad, sensible a equiparar las ausencias de las mujeres en el relato hegemónico ( Richard, 2018), ha propiciado un ambiente favorable para tratar de sanar juntas la dura huella de los procesos de violencia política de las que han sido víctimas.
Discusión y conclusiones
El exilio chileno dio un vuelco a la vida de unas 400.000 personas entre 1973 y 1990 ( Bolzman, 1993 ). Los cambios drásticos vividos por quienes tuvieron que huir porque corrían riesgo vital, o a quienes se les conmutó el presidio por el extrañamiento, dejaron una profunda huella sobre ellos y su descendencia, de la que aún queda mucho por investigar.
La idea de que el exilio fue una experiencia menos traumática que el haber estado preso o haber tenido un familiar asesinado, ha estado tácitamente enraizada en el imaginario chileno, una impresión avalada por las instituciones oficiales en las que ha recaído la política de reparación que han dado un segundo o tercer lugar al exilio.
Con la predisposición a poner el foco en memorias contrahegemónicas percibida en los primeros años del siglo XXI, ha tomado fuerza la idea de que el exilio es una violación a los derechos humanos que también se produjo durante los terrorismos de Estado en Chile y Latinoamérica, y tiene la misma validez que cualquier otra vulneración. En este sentido, cabe mencionar las enormes posibilidades que aporta a la reconstrucción de la memoria democrática la incorporación de estos relatos del exilio en primera persona, una necesidad urgente, ya que muchas de sus protagonistas bordean los 80 años.
Atendiendo a esta importancia de incorporar otras memorias al relato oficial, cabe en esta investigación, aún en desarrollo, no solo analizar las consecuencias del exilio, sino explorar esa huella en el relato de la mujer, hasta ahora postergado, y en algunos casos eclipsado por el relato de la intelectualidad o de la militancia político partidista, generalmente liderado por hombres.
En el proyecto “Exiliadas” se ha pretendido realizar un acercamiento atendiendo a prácticas y marcas en el discurso que dan cuenta de cómo la mujer chilena ha vivido el exilio, cómo ha desarrollado estrategias de supervivencia, cómo ha sido heredera del trauma generacional de los años 70 y cómo ha sabido sobrellevar las consecuencias del exilio en sí misma, en su entorno y con su descendencia. Esta investigación ha querido poner el foco en las exiliadas que no volvieron a vivir a Chile, por cuanto son este segmento, “el que se quedó a vivir en el país de acogida”, el menos visibilizado y en el cual la transmisión intergeneracional deja huellas más evidentes.
No todos los recuerdos son amargos; las mujeres exiliadas chilenas llegaron a sociedades en las que estaba más desarrollado el feminismo y la incorporación laboral de la mujer. Encontrarse con una situación de igual a igual dentro de la pareja en una sociedad menos conservadora, les abrió́ la posibilidad de explorar la independencia laboral por primera vez. Esto significó un impulso en su interés por participar en la mejora no solo de las mujeres en Chile, sino también de sus países de acogida, una manifestación de su transnacionalismo político que se produce durante su incorporación a la sociedad receptora, ya que además de conseguir y mantener un trabajo remunerado, militaban participando en manifestaciones contra Pinochet, a favor de la democracia y en defensa de los derechos de la mujer.
En estas condiciones las mujeres exiliadas con descendencia han criado a sus hijas, a quienes el trauma del exilio les ha afectado inconscientemente desde la niñez, y luego, en la adultez o en la maternidad, de una manera transformadora, aprovechándolo para desarrollar un fuerte compromiso social y, en algunos casos, derivando en un activismo político por las reivindicaciones actuales, tales como la lucha por la igualdad de derechos de la mujer, por el cambio climático, la defensa de derechos de la comunidad LGTBIQ+, etc.
En el caso de la transmisión a nuevas generaciones, las hijas son más conscientes de que no solo la actividad político partidista (la de sus progenitores) es la única vía para ejercer el activismo, sino que lo hacen desde un activismo no formal, que ellas consideran mucho más real y efectivo que los partidos políticos.
En las entrevistas a las hijas, se pueden percibir diferentes maneras de sobreponerse a un duelo migratorio que se considera ajeno. Chile es el país de sus padres, y su verdadero país es aquel al que llegaron muy pequeñas o aquel donde nacieron. La relación con Chile es conflictiva y lo ha sido siempre, y esta contradicción la asumen tejiendo un fuerte cordón umbilical con Chile, no chovinista, sino más bien empático con las luchas actuales.
Este activismo se ha visto reforzado en la segunda generación en el momento del “estallido social” (2019) en Chile, donde precisamente las consecuencias del neoliberalismo en el país han sido palpables en su propia familia. También la conmemoración de los 40 o 50 años del golpe de Estado en Chile ha creado un ambiente propicio en la intimidad de la familia para hablar, madres e hijas por primera vez, sobre recuerdos bloqueados de la memoria del exilio.
Así como lo han sido la conmemoración, el estallido y las manifestaciones, también otro dispositivo altamente interesante en la transmisión intergeneracional del trauma es la técnica textil (arpilleras). Con su componente de técnica reposada y gregaria, que exige reunirse para bordar, construir memoria a través de retales de tela se transforma en un importante “conductor de memoria”, escenario para hablar de vivencias traumáticas compartidas en un ambiente seguro. Si bien en una primera instancia solo se juntan mujeres a bordar, esto crea un clima seguro según las mujeres exiliadas que han encontrado en esta técnica un camino catártico en el que siguen transitando. Esta acción del bordado, transgeneracional, femenina, íntima, incluso transnacional cuando se invita a mujeres de otras nacionalidades a bordar arpilleras, constituye una práctica a analizar con más herramientas y más tiempo, que permita explorar sus dimensiones y verdaderas propiedades sanadoras en los procesos de recuperación del trauma tras hechos de violencia política.
Resumen:
Introducción
Método
Resultados
El primer trauma: la carga política de una generación
El segundo trauma: la derrota de un proyec-to
Una nueva transmisión del trauma
Discusión y conclusiones